La muerte tiene ojos color avellana.
(Manuel Vicent)
Apenas me dejaste alimentar el vuelo
entre las golondrinas de la tarde romana
cargada de ruinas
y un vaso consumido
expresaba la llama que en mi interior ardía,
y tus ojos marrones presagiaban mi suerte.
Un pintor milenario sin firma ni recuerdo
que colmar no podrían las mieles de la gloria
de haber enamorado a una mujer perdida
en las escalinatas
de la Plaza de España,
derramaba el pincel entre los adoquines,
escrutaba tu pelo, tu risa recogía.
Nunca más volverá el amor que no tuve,
era un esfuerzo inútil, una extraviada guerra
acudía a mi frente que sin luces luchaba,
era cada palabra un manifiesto estéril
de rosas y jazmines
blancos entre los pasos
que raudos te llevaban a un escenario enorme
que ahogaba tus sueños en su propio esplendor
e ignoraba los míos en su desasosiego.
El gesto solitario de vuelta en la almohada,
de encuentros amorosos en las puertas del campo
que no se abrieron nunca,
que no se abrieron nunca,
de miradas que nunca tuvieron alegría,
de muros separados por cancelas y garras,
para tu corazón
me arrastro en el olvido como un lobo enjaulado
que vaga en cuatro metros y no conoce a nadie,
muere en la soledad de una especie extinguida.
Cada vez que sentías a un poeta angustiado
en la herida del viento
en la herida del viento
porque no conociera el rumbo de una flecha,
caricias en el aire, ojos enamorados
caricias en el aire, ojos enamorados
escrutabas mis labios que aliento no tenían,
en la mesa desierta
en la mesa desierta
me miraba la muerte a través de tu espejo,
a través del oscuro lamento de tu rostro.
a través del oscuro lamento de tu rostro.
(Octubre 2016)
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.