Porque
todo el mar cabría
en la oscuro de tus ojos,
aun así me quedaría
con la luz de tu mirada
cuando el río se dormía.
Cinco minutos
de amor, un refugio en el recuerdo,
un alma que se emociona
con palabras sensibles
que apenas escuchas
y dejas descosidas en un
cuaderno sin solapa.
Los caminos se estrechan
entre la luz
que se acorta y difumina
y llamas al grillo del
hogar que no tuviste
porque estás sola
como una muñeca perdida
en un almacén
cuando terminan las
rebajas,
como el silencio de los
escaparates de la ciudad
que duerme y se recoge,
como la golondrina
que se enamora del
invierno.
Pero esos momentos te
llenan de vida,
resucitan a la niña que
se perdió y se rebela
para que su madre adorne
su pelo con un jazmín
adolescente.
Retomas el camino que
nunca conociste
mientras lloras por la
muerte de la tarde
y, a través de la
ventana, los árboles
se convierten en sombras,
tu corazón en una nube
que agoniza,
tu sonrisa en un gemido
que traspasa la noche,
que se apodera de la tristeza de tu
rostro
y muere en el alba.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.