Ella no ha vuelto más y su sombra se alarga
sobre la cruz del Puerto cansado que aún respira,
el otoño que viene a matar mis caricias
se cubre con su voz,
ya no respira su boca con mi aire maltratado
como una romanza muerta en los labios de Brel
o unas medias de nylon rotas por el silencio.
(Mares lejanos - El sueño de Gauguin[1] 1996)
1
Me hiciste pensar
que ni siquiera tu amor era eterno.
Ahora sufres y te preguntas
qué fue de aquella mirada,
en qué instante murió tu postrera sonrisa,
qué viento se llevó las hojas del diario
donde decías que me amabas.
2
Tu sonrisa de piedra devastó
el rincón más sensible de los huecos
que acercaban tu corazón al mío
en tu rostro sediento de levante,
en la mirada herida
que llevaba la cruz angosta de mi alma.
3
que, con su extraño rostro,
acaricia y envuelve
la luz de los espejos, la voz de la neblina,
y declina en las aulas de los vientos la rosa,
no vives la canción de la esperanza
mientras muere un poeta en las Puertas del Campo
del ansia de vivir su verbo en el pasado.
Ya no viertes tu aliento en mis mejillas,
no rompes la muralla del rencor afligido
ni abres el encaje a mi lujuria
atormentada y triste que arrastra su agonía
en los ojos de un bar que derrama el licor
y se adueña del humo.
La barra de equilibrio
de todos los milagros, de todas las palabras,
estrecha e implacable espera la caída
del verso y las quimeras en los escaparates.
No apartas mi camisa del silencio,
no abres tu soledad a mi ardiente mirada,
ni guardas mis requiebros en la caja de música
cuando Chopin detiene el llanto de la brisa.
4
Je est un autre.
(Yo es otro)
(Arthur Rimbaud[2])
Un hombre encadenado a tu figura
se encamina a mi rostro en la escollera
con un rumbo abortado
que invade los caprichos de la muerte
en los días sin nombre que fluyen en el agua.
Este hombre se arrastra por las nubes
rojizas del crepúsculo que hiere
y arrasa los cristales del silencio en las ramas,
permanece en los bancos vacíos de los parques
y se ahoga en tus ojos
que abren las cortinas, buscan otro calor
y no sienten la luz lenta de mi esperanza.
Ya no me amas, es cierto, miras el horizonte
de los painicos[3]
tristes que lloran en la luna,
de palabras sin velo que cubren la sonrisa,
de ilusiones que pasan y se pierden
en cada esquina fría
que detiene mi olvido, mi angustia y tu mirada.
5
Archivo atravesado
No te envié ningún archivo
atravesado por un sueño.
He llegado al silencio oscuro de tu rostro
para desenterrarlo
de las simas profundas de los bosques perdidos
que guardan tu fulgor en un sudario,
en una despedida cenicienta
que rompió mis entrañas en el viento de marzo,
para poder abrir el camino sin huellas
que amabas en los mares azules y lejanos,
para recuperar el requiebro de amor
que no escuchaste nunca y yacía en mis brazos
cuando en tu amarga ausencia te llamaba,
en los ojos la luz, la sombra en el costado.
La fiebre turbulenta de mi sangre
inunda tus mejillas y hierve en el armario
de tu ropa tortuosa de los lunes
que recoge los aires dolientes del pasado
y sufre en los balcones la amargura,
el nerviosismo ansioso de tus manos,
la inmensa soledad de un verso ante la muerte
que vaga en mi recuerdo y se borra en tu diario.
6
La muñeca que amaste
se pierde en otros brazos que apenas te sonríen,
en la muerte sentida
en un bosque de piedra que muestra su aspereza
y se arrastra en tu rostro y tu recuerdo,
en el dolor del muelle que se aleja en las brumas
y te lleva a otras nubes en un Madrid ansiado.
7
Ya no puedo tener la luz de tus columnas,
las ansias de vivir
en la huerta tapiada que mueve los recuerdos
de una niña asustada que persigue tus pasos,
la magia de mi orgullo en tus caderas,
el dulzor de sentir tu túnica caída
velando en el prodigio fervoroso del Puente
donde padecen mustios
los clavos de mis noches que tu espejo refleja,
la herida de los salmos
que ven correr la nube que no vuelve a tu cielo.
8
Regresa a tu retrato la caverna del tiempo,
la sangre del poeta que recogió tu abrigo
en las Puertas del Campo,
en el levante denso que azota las murallas
y muestra los destrozos de mis viejos naufragios,
en la tierra del mar y de los espigones
que aprisionan la huella de tu aliento
que no puedo arrancar de mi alma peregrina.
Resiste en mi dolor
el ramo de la aurora esparcido en tu rostro,
el bosque de silencio de un perdedor oscuro
que te sigue alumbrando
desde la lejanía escabrosa del miedo
donde llora el ciprés negro de mi esperanza.
9
Los labios de un destino que nos tiende emboscadas
no saben desterrar
la llama del olvido que atraviesa la plaza
que nunca desvelamos en su antiguo esplendor
y fluye entre las fuentes,
escondida en las horas permanece desierta
helando mi memoria entre los jazmineros
que arrebataron la miel de los caprichos
que esparciste en la acera y en los cables.
Se adentran en la isla los ecos de los pasos,
los folios afligidos que imprimen nuestros besos,
cubren las azucenas la mueca apasionada
de un instante de luz que se quedó en el aire
y llega a tus rodillas postradas en la arena.
Hiere la soledad la barca del silencio
en el foso angustiado que perdió tu sonrisa
y empuja hacia tu muro
el llanto de la noche que hierve en las tinieblas.
10
En la Escuela de Comercio
A Armilo Brotón, mi hermano.
I
Tus anhelos que sueñan en un árbol vencido,
en la hiedra que cubre la Escuela de Comercio
van subiendo la cuesta de las hojas perdidas
y no quiero enterrar
un beso amortajado que desgarra
las venas de la calle, el mar en mi tristeza
y muestra en las paredes de un antro tu sonrisa,
las palabras de antaño que mueren en a la playa
escribiendo un poema de amor entre la niebla,
la impronta de tu rostro en un cuaderno
frágil y humedecido
que se queda en tus ojos y pierde tu mirada.
II
Tu mirada que piensa en el árbol cansado
de la esquina de Comercio,
con la hiedra que inunda la sombra de los muros,
va subiendo la rampa de las notas caídas,
profanando la huella de los niños dichosos,
y no quiere enterrar la queja miserable
de un hombre enamorado
que no encuentra un lugar para esconderse,
camina en su dolor por puertos expugnables
y desgarra sonriendo la voz de los mendigos,
las venas de las calles que nos vieron morir,
el aroma del mar, la luz de tu tristeza.
11
En el Puerto de Ámsterdam
La verdad en la sangre de un trovador ardiente
invoca los milagros más profundos,
se retuerce en la escena que turba la esperanza
y muestra en las paredes de un vuelo tu vestido
de flores esparcidas y un deseo ahogado.
Las farolas que tiemblan con un himno disperso
acogen un poema disoluto
en cada resplandor que se funde en las rocas,
las palabras heridas que vuelven a la playa
buscando unos vestigios de amor entre la niebla,
la impronta de tu rostro en una nube
frágil y humedecida
que oscurece mi alma y apaga tu memoria
en la cubierta cruel donde los marineros
se burlan del destino mientras vibra la muerte
y un albatros no encuentra el manto de los mares.
La mort
Es tan corto el amor y tan largo el olvido.
(Pablo Neruda)
Leonard Cohen decía en uno de sus
poemas más enigmáticos que hablaba de silencio porque sabía mucho de silencios
y le entregaba como regalo a su amante de turno un poema que había surgido de
las entrañas de una época determinada de su vida, del misterio silente que
habita en la brevedad sin límites de la vida de una rosa.
Cohen, todos los hombres no somos iguales, con un pesimismo que nada tiene que ver con el corrosivo y fatalista de Philip Larkin ni con el irónico y tierno de José Emilio Pacheco muestra, en su derrota ante el mundo, las ansias de vivir aunque no crea en el heroísmo permanente de los vencidos en las Termópilas, de abrir los ojos y respirar la melancolía decadente de quien piensa que no le quedan flores con las que oponerse a la intransigencia del olvido, al hecho largamente comprobado de que, con el paso del tiempo, una amante puede cambiar de nombre y un amigo convertirse en un desconocido.
Me parezco tanto, Laura, a tantos
hombres y mujeres al creerme diferente. Estás triste porque no me entrego a tu
amor, pero ya sabes; no puedo darte lo que no es mío, aunque me pertenezca. No
es culpa mía que me hicieran así.
*** *** ***
Nunca sabré por qué surgieron aquellas palabras que dejé entre tu pecho y tu mirada y sé que no habrás olvidado, Laura; no eran hermosas, no eran hondas; ya sabes que, en estos días, me desenvuelvo en la magnitud perversa y extrema de los pequeños detalles que me hacen distinguir el valor de las personas que nos rodean y envejecen con nosotros y a las que apreciamos con sinceridad pues van clavados en nuestra misma cruz, en las pequeñas cosas que nos hacen reír y llorar como si fuéramos el sueño interrumpido de una película que nunca se rodó, de un niño que no nació y aún llora en nuestras entrañas, de una muñeca de cera que se aproxima al Infierno porque se equivocó de camino. Esas palabras huyeron de mi alma antes de llegar a ti, simplemente pretendían conjurar la tristeza de la muerte a través de la profundidad y la belleza que caben en un río otoñal seco y tortuoso que inunda la alegría de vivir cuando solo nos queda la sonrisa para seguir adelante.
Ya sabes Laura, que cualquiera hubiera podido afirmar con amargura y resignación que la muerte está al final de todo, pero lo dijo Jacques Brel que, a pesar de bajar los brazos ante lo inevitable y arrojar la toalla adonde nadie pudiera recogerla mecida por los vientos adulterados de los Mares del Sur, pertenecía a la raza de los irreductibles y es posible que recibiera a la Parca sin aceptar el destino de todos los hombres, el sueño infinito de la nada.
Nadie supo llevar al público a su
terreno como el Grand Jacques, nadie logró el perdón cristiano después de que
sus muecas y su grito criticaran abiertamente la ridícula autosatisfacción de
aquellos que habían corrido a comprar las entradas para gozar de su
histrionismo, su sinceridad y entrega desde la primera fila. No hace falta más
que mirarse hacia dentro para advertir las limitaciones de los otros, empezar a
conocer al hombre que va muriendo con nosotros. ¿Por qué tan poca gente lo
hace? ¿Por qué hablamos de eternidad cuando nos aferramos a los bienes efímeros
de este mundo y engañamos a nuestros hermanos para recibir en herencia lo que
no puede aprehenderse?
13
Rosa
Y lloramos por dentro
en borrascas decembrinas en plena primavera,
en el rostro de un dios que no perdona,
que aprendió a disfrazarse un Martes de Carnaval
del que aún no ha regresado,
y el amor se convirtió en cenizas aquel día,
en llama viva el resentimiento.
(Lluvia de primavera)
Sé que puedo abrazarte esta noche que muere
en el gris tembloroso y mustio de los faros,
en un rincón perdido del muelle de las brumas
que escucha los lamentos de un hombre atormentado.
Llegas desde la orilla y me das el instante
que habla de una sonrisa que se adentra en los labios
que tuvieron la garra de un guiño irreverente,
y penetra en las venas con un verso incendiario.
Sientes cada mirada en un dique perdido
y desangrado,
cada recuerdo hiere la estalactita hundida,
cada sonrisa loca es el grito de un bardo
que despierta el amor, ilumina el ensueño
y se deja arrastrar por la lengua y los brazos.
Te hablaré del venero lejano que te guía,
que te sigue llamando,
de las olas que bañan los pies de la escollera
y llenan de memoria la esperanza de antaño,
tocas cada palabra que hiere dulcemente,
cada deseo triste que persiste llorando
y sostiene los pulsos sensitivos del vuelo,
una estrofa cautiva, un verbo desplegado
en las alas del viento, en la declinación
de un verso enajenado,
eres cada secuencia que extiende la fragancia
de una rosa en la frente de un soplo venerado
que se abre en el silencio, exhala los latidos,
vive para soñar y muere en el milagro.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.