martes, 30 de septiembre de 2025

Abyla en el corazón

 

A Laura

 

Porque tú, amor mío,

has cumplido cien años

en el drama de un beso

que ha cerrado tu boca,

te ha vestido de muerte.

 

1

 

Recuerdo de la Mujer Muerta[1]

A Gallardo Chambonnet, por haber llevado tantas veces a Abyla en su pensamiento.

No volverá la savia a recorrer
la profunda estalagmita de las arterias del puerto,
oscurecerá el vestido gris que llevabas en la esquina del otoño,
el gemido taciturno de Machado ante la muerte
en la canción crucificada
de un hombre confundido que no creía en el amor
porque no supo de tus ojos ni te conocía
y sigue en la espesa niebla de las ramas que lloran en el pasado,
en la soledad de una gente
que no recuerda dónde está su memoria,
dónde la excavadora que se llevó las flores del Campillo
y la sonrisa del sol que derramaba su miel
sobre los cabellos escarpados de una mujer amortajada.


2

No volverás

Y durante un instante, en su rumor,
regresa el latido del primer poema
de una vida
como una música lejana que se apaga en la noche.

(Constantino Cavafis - Voces - Versión: F.E. León)

Es cierto que no vuelve lo que nunca pasó
y siempre se hace tarde cuando el alma se agrieta
y se va la esperanza
como una mariposa que atraviesa las nubes
y empapa la tristeza de su vuelo
con la presencia oscura que guarda los rescoldos
de un deseo ferviente que resiste en la sangre.

No volverás, lo sé, pero te espero al alba
con la flor en los labios
de la mirada quieta en la eterna sonrisa
de una estrella fugaz
que caerá en tu olvido cuando hierva el recuerdo.

3
Muchacha del recuerdo


Tú eres la muchacha que busqué
cuando aún no existías.
(Joan Margarit)


Anochece en mi rostro

cuando pasa por la alfombra de tu calle
la muchacha de ayer que todavía te busca,
lleva al cuello tu cruz,
brilla en el recuerdo donde apenas sonreías
y lanza pétalos de ensueño a los claveles
de un futuro
enclavado en una estatua que guarda una mirada
de amor hacia los tristes
a pesar de los fusiles, el mostaza y las cadenas
que no pueden devastar la palabra
de los santos descreídos
que emergen de las brumas cada día
para seguir viviendo la fe en nuestra sangre.
 

4
Temporal de levante en Abyla


Te abrazaré en la herrumbre
de los vuelos ruinosos
por llevarte la vida que resida en la muerte
de una ciudad vencida y arbitraria
que no desea
que sigamos su aliento,
sus medallas, su paso o su corona
para abrir la cortina que encierra los mensajes
en el rumor del mar que nos aleja,
nos mece y nos castiga
en la verja de brumas vaporosas
del Mare Nostrum mustio y desteñido
que extiende una caricia agresiva
por el muro de sombras circundado
por una prédica perversa y subjuntiva
que se arrastra en la cumbre lastimera
de una hoja caída que ha borrado tu nombre
en mi libro de ruta innortada
y no encuentra medida ni presencia
en mi rostro de lunes que sigue en su cilicio
aletargado y cruel.

Tú nunca me dejaste las alas de las nubes,
la dirección de tu bolso y tu falda,
ni el rincón de los lirios marchitos que agolparon
los fracasos prendidos en el sueño que reza
en el templo añorado por las olas y el viento.
 

 

5
Ciudad dormida


Estoy triste y busco la causa de mi tristeza.
Quiero saber por qué es tan dulce tu palidez, amiga mía.
Por qué, como nieve en el lago, es tan hermosa tu mirada.
Por qué me acuerdo de tus ojos si no te he conocido nunca.
(Leopoldo Panero[2] – Ciudad sin nombre)


A Phil Ochs[3]; ¿Encontraste la paz que tu inmenso corazón te negó siempre?

Caen las flores sobre el tejado
que baja a un paraíso oscuro y ceniciento,
cae la noche
como el recuerdo de un hombre gris y brillante
que se quedó colgado en el árbol del camino.

¿Por qué no siento la libertad
bajo el manto transparente de tus alas caídas
sobre su quietud errante?
¿Por qué encuentro en mi puerta la sombra tenebrosa
que ha quedado de mí mismo?
¿Por qué amo a la que fuiste en tus momentos amargos?


Como una toalla arrojada desde una esquina
la ciudad me muestra su cuerpo adormecido,
entre los gritos, las banderas, y el mar
se hunde en la camisa vestida de un domingo carcelario,
y tú no vuelves
para impedir que me convierta en la estatua
que gime ante la altura de tu encanto
o en la orquídea que derrama su aliento y su dolor
sobre el olvido de una palabra antigua y harapienta.

Detenida, como la carta de un amante
que no encuentra un mensajero en su deriva,
tu mirada se pierde en las líneas de un poema mutilado
y escrito con torpeza,
en los coches abandonados junto a las muñecas rotas
y en las fábricas sin pulso cuyas chimeneas
tienen la misma dirección
de unos labios que huelen a licor y a despedida
mientras reconstruyo el requiebro
que no sabré decirte cuando vuelvan las hadas,
cuando la nube roja se apodere del levante
y detenga la elegancia de tu rostro
en el cielo que surcan los halcones[4]
cerca del Mirador que mece el barco perdido
del arroz[5] que agoniza
desde entonces en la lengua de los marineros
inundando la tierra empinada
y dura que mira con fijeza
a los ojos temblorosos del Estrecho[6].
 

 

6
Cuando mueran los poemas


Me dejó a solas con mi triunfo y su muerte.
(José Emilio Pacheco[7])


Cuando mueran los poemas en mi cuaderno
y aparezcan contigo en la calle de la ausencia
no será culpa del rapsoda que llore entre los muros
sino mía
para siempre, solo mía y derramada
como un templo abandonado
en el crepúsculo
que ya no escucha la caída de los dioses,
como la mano que un día me ofreciste
cuando ya no podía
fijarla en los tabiques densos y supurantes
de una sombra profunda y corrompida
que no supo cerrarse en mi memoria;
era una hoja grave en un diario
que no querías guardar en tu equipaje de quimeras,
la palabra de un amante sepultada
por las cenizas de un jardín y un limonero,
un sueño agonizante
que alentar no quisiste con los labios,
una espera
cuando ya había pasado el último tranvía
con el corazón de Chopin en una urna túrbida
envuelta en el levante, las notas y los recuerdos,
en una queja que se movía bajo la sangre de una verja.

Allí seguía latiendo perdida y pesarosa
la huella que borraste en la luz de mi mirada
que sufría el gesto caprichoso,
las ansias peregrinas
que dejaste que anidaran en un balcón de mi costado
y nunca los arrancaste del laberinto de mi alma.

Te quise y no sé si me arrepiento
cuando te veo emerger
de nuestros espigones como si fueras otra,
como si nunca hubieras vuelto del exilio
al que tú misma te desterraste
mientras se levantaban las hojas de los sauces en tus ojos.
 

7
Los cines y las fábricas

 A Paul Simon[8]


Llevas en la mirada el soplo del Poniente,
en los labios la herida
tierna y ronca del pájaro que tiembla
en la acera caído
entre los transeúntes silenciosos
que asaltan el vacío y rutinario
cristal de la memoria en los escaparates,
el halo transparente de los cines,
el humo de las fábricas,
el rayo que ilumina la caricia distante
en la huerta que muere
y se cubre con lirios de pureza
para hablar de los bancos con un nombre grabado,
con un libro perdido con la letra borrosa
y una firma sentida y olvidada
que no advirtiera nadie en un cuerpo que espera
la llama de tu amor, la magia de tus manos.
Llevas en la mirada el mito del exilio
de las nubes canoras que nunca se han movido
de tu eterna esperanza en los jardines,
del viento de tu imagen venerada
y ardiente
que llena las paredes con un nombre,
que rompe los adagios con un verso medido
y atormentado
que hierve en las esquinas teñidas de silencio,
divaga en la mañana, y sonríe a la muerte.
 

 

8

Costana de Ribalta 

A Rafel, a su amor por su bohemia, más o menos loca, con mucho cariño, brindo por él, de todo corazón, es mi valedor.


Una mujer con sombrero,
como un cuadro del viejo Chagall[9],
corrompiéndose al centro del miedo
y yo, que no soy bueno, me puse a llorar.
(Silvio Rodríguez[10] - Óleo de mujer con sombrero)



Llega un rumor
de silencio que se abraza a tu figura
cuando pasa el último autobús de la frontera
y mantengo en la memoria
de tu mirada el misterio del olivo silvestre,
me miro en un espejo asustado
y los muelles se alejan entre la bruma de la noche
y la muerte de los besos
que se hunden en el asfalto de la carretera herida
y en la huella de las farolas
que se imprime en los nombres de las fábricas.

Te amo en este rincón de la ciudad que duerme
y aprisiona los sueños perdidos de un pasado
que sería distinto
sin tu aliento en los carteles y los cristales,
sin la caricia que guardas en el regazo de la luna;
yo no hablaría de los faros que nublan la garganta
con la huella estridente de un canto sobre las tejas,
no hallaríamos las portadas escondidas
en la humareda cargada
de los lunes cenicientos sin papeles y sin rastro,
te acosaría el alma de la primera sonrisa
que no supo esperarte
en la herrumbre que llora la sed de las cancelas
de tu puerto desencajado en los bosques de ladrillo
vencidos por la nostalgia
de tus manos ardientes en el suelo y en las tizas
cuando jugar era serio y nunca hacía daño.


Vago en la quietud atormentada
de los muros encalados
que suben la implacable costana de Ribalta[11]
y en el temblor errante
de las luces encalladas que rezan en los umbrales
de la última puerta que se abre en el olvido.

En ese momento que has llenado de estrellas furtivas
me levanto como un hombre desmaquillado
que se abraza a la cola que tiembla en otra luna
intentando encontrar
tu destello en la noche del índigo caído
que hiere su soledad con una lágrima oscura
para llevar tu timidez antigua a un rincón de los lienzos
que esbozan un corazón amortajado
en una cometa inocente y desnortada
que nunca llega a alcanzar el lugar alto en donde vibras,
aun así te persigo en un norte sin brújula
que se pierde en el marco del óleo que tú amabas,
te abrazo en la cortina que desgarra el clamor de tu vestido
entre las sombras de los gatos que resisten
en los colchones viejos y en las sillas rasgadas
de la colonia desnuda del taller arrasado,
en el poema que hablabas de la libertad en el viento.


9

Los diques

Ya sé Cristobita,

que tu alma de trapo

subía a tus ojos

de vidrio pintado,

con una sonrisa

húmeda de llanto

cuando yo me iba

del guiñol, llorando.
(Francisco Luis Bernárdez[12])

 

I


He levantado ese instante de penumbra que me hiere
en las persianas de la esquina del Ángulo[13],
en las cuerdas de los títeres perseguidos
que adorabas por su indefensión, por su angustia,
por la locura de su gesto atormentado
en la madera ensangrentada por los golpes
que siempre vuelven
a las rocas limosas que esparcen el llanto de la espuma,
al polvo de las arenas, al rumor de un crisantemo.
 

II


He bordado un pensamiento con el desgarro
tendido de tu blusa,
con el clamor perpetuo de tu falda
que gemían con los derrumbes
heridos de tu piel entre mis manos,
con la tinta inmarchitable que fluía en las venas
oscuras y dolorosas del olvido,
con los malvones ardientes
que vagaban en los roces fragantes del balcón de tus espejos
con la muerte que rimaba en los surcos profanados
de la última línea sedienta
que persiste en el murmullo sempiterno de la playa,
que te busca en un piercing desgajado por la caricia
que se quiebra en los fulgores procelosos
de unos faros que han mordido
con pasión el liguero
de tus noches más intensas y añoradas
que se abren entre los diques, los barcos y la presencia
en nuestro vuelo de los mares lejanos
que pasaron por el rostro
de la Almadraba que recogía tu sonrisa,
que aún arrastra los derrubios sin luz
de los muros agrietados
por la amargura del mundo, por las canciones peregrinas
que brotan en los labios del deseo,
en la insistencia de la voz irrenunciable que resiste
y permanece en el orgullo de tu frente luminosa.
 

III


Como un pincel que se adentra en un marco sin lienzo
y perfila los labios de una alcoba que tiembla en lontananza,
como un albatros que no encuentra el respirar de su mástil
en una imagen borrosa que fija la morbidez extraña de tu vuelo,
así vuelve la sangre
de una nube sin fuerza que se embriaga en su deriva
con el último canto de un idilio que sufre
en las paredes de tu primera cita
y presiente las garras
ineludibles e hirientes de la ausencia,
mientras yo te miro desde el palco de una asonancia sentida
que arrasa en la memoria de los cañaverales
y golpea el divagar de los pulsos de tus sienes,
los gemidos ruinosos a los que se enfrentan
los pensamientos de amor
en los muelles cansados de los nombres sin sombra,
en la clausura de un verso

que nunca se abrió paso entre las huellas
que se hunden
en los caminos nerviosos del agua,
en el lamento insostenible
que cubre las veredas constantes de los recuerdos
que nunca se han marchado de tu orilla,
que atraviesan la mente,
se detienen en el candor eterno que acoge
tu impulso más venerado
y se enamoran de la tristeza profunda que brilla en tu mirada.

10 

Tarde de lluvia en la Avenida de África

 

I

Mi corazón dormido sobre una primavera
que no tiene balcones para colgar tu risa.
Mi luz amortajada por siglos de silencio
ondeando banderas a un adiós que agoniza.

Llueve en el cielo oscuro que dibuja tu rostro,
en la tarde vacía, en el bosque de piedra.
Me ha dolido tu amor y no puedo negarlo,
me duele hasta esta lluvia que no cae y se aleja.

Llueve en las soledades largas de la avenida,
sobre los institutos que guardaron tu huella.
Me duele el pensamiento que no encuentra consuelo
en este divagar que muere ante tu queja.
 

 

II

Puedo ser en la lluvia un gitano que vuelve
cantando a los caminos su pena y sus caricias,
que sufre entre las flores silvestres de la tarde
y agita entre los vientos la cruz de su camisa.

Puedo ser en la lluvia un poeta que siente
el lento suspirar de su boca cansada
que ya no tiene rima, ni una lengua de fuego
y abraza las canciones tristes que me cantabas
persiguiendo las venas turbias de tus estanques,
penando entre tus diques que no tienen ventanas.
 

 

III

Tus celos apagaron la isla de Neruda[14]
y la mueca de Brel que rugía en mi alma.
Tu furia me ha dejado el corazón sin arte,
lo busco en el recuerdo y no avivo su llama.

Llueve sobre los muros quietos de la avenida,
sobre el parque quejoso que ha perdido su luna.
Llueve sobre los charcos que acogen el destierro
de aquella soledad que no me deja nunca.
 

11

Parque de la Argentina[15]

Ahora siento el frío
correr sobre mi rostro,
frío sobre los tejados
en donde anida un loco.
(1981)

I
Ahora vuelvo al parque descuidado
de la Argentina
con sus puertas abiertas y veladas,
te recuerdo y no estás en sus bancos ausentes,
busco la remembranza de tu aliento
mientras hierve en mis ojos el hombre fracasado
que venera los tuyos y se enamora

de la canción del mar, de las flores que brotan,
de tu misterio
y se enreda en las hojas del laurel
reseco y carcomido de la historia perdida
que arrastra su tiniebla en el vapor lejano
que se hunde en el mar turbio de tus secretos.


II

Se derrama en la noche el lirio de tu ausencia
como una carta amarga que no puede escribirse
y sigue en la mesita
donde teje la angustia de un amor disidente
que lucha con los monstruos sombríos del rencor.

Muere el parque de siempre con el alma
de un banco que no espera
al viajero cansado que escruta el horizonte
de los viejos amantes que perdieron las riendas
de nuestra libertad que hiere a la esperanza.

Rompen los coches roncos la frontera y los muros
murmuran en la savia de los lirios
que murieron en el rostro del último verano,
y no vuelve tu aliento sobre mi nombre errante,
no tengo tu caricia como si fuera mía,
como si me abrigara
el viento del pasado que recorre tu pelo
y volviera el estigma de tu piel al jazmín.

Yace abierta una llaga que brilla en el futuro
que nunca llegará a los labios de Abyla
cuando muera la barca que abraza otros mares
para seguir desiertos en las noches de luna,
cuando ya no se vea tu lengua en el teatro
de la acera que escucha del naranjo la rabia,
el grito del poeta
que guarda en cada encuentro con las sombras
un papel apagado que hierve en el olvido.

He sentido en mi pecho el pulso de los astros,
las palabras del loco que escribe en las paredes
de una noche romana que agita la memoria
de un libro amortajado
que arrastra la amargura de un verso interrumpido,
y no puedo tener la luz de tus columnas,
el sueño de vivir
la magia de tu piel tersa entre mis manos,
tu sonrisa en el deseo de alcanzar lo vivido,
el ansia de sentir tus sábanas abiertas
llorando en la deriva amarga de los puertos,
viendo partir los barcos que no regresarán,
que no quieren perder la huella de tus surcos.


12

Playa de la Almadraba[16]

 

He prendido una herida que recuerda tu nombre en la playa,
he bajado a las arenas y oído el rumor del muro
en la rendija donde anidan los aviones
y el clamor de tu paso alborotando el agua
que golpea en los riscos limosos y angustiados
y penetra en el muelle que conserva, solo, una hilada
tortuosa que muestra
la fragilidad de los costados invadidos
por la memoria acordonada que nunca llega a la orilla.

Vuelvo a un poema esparcido en la arena
que llega de otra tarde
como una promesa que no ha perdido el aliento
de la procesión callada y dolorosa
que incrusta los claveles en las estelas de tu alma,
al campanario que se olvidó del vuelo y se arrodilla,
vuelvo al Vía Crucis
que impregnaba de dolor los derrumbes en el camino
y arrancaba la espina de cada pensamiento del arroyo
cuando vivir era un pecado,
un cilicio sujeto a la ceniza posada en tu frente,
el estigma de un amor que nunca abandonó
las pulsaciones nerviosas de tu pecho
ni el bálsamo de luz que me turbaba en tu mirada
.. 

13

Pétalos sentidos 

... en mis brazos estás cuando duermes,
en el deseo de amarte por encima de las parras,
del muro encalado y de la muerte,
cuando respiras en mis labios,
en mi sombrero, en el olvido de mi camisa.
(Fotografía de Hydra)

La noche se sumerge en las luces que se ahogan en el agua,
apenas una palabra me acerca al amor
profundo que me diste
y que camina entre el miedo y los rescoldos
que marcan la travesía imponente de la Piedra del Pineo.

Quiero volver al mundo de tus manos temblorosas
y escribir sobre tu falda
pétalos sentidos en la densidad del humo
que se hunde en la techumbre de caña de los bares
y rodea los candiles de los huecos
que se apagan en la orilla donde agoniza la espuma.

Era todo más cálido bajo la sombra de tus alas,
más abierta la vida en el corazón de la calle
que llenaste de caricias, miradas y canciones
mientras las gaviotas graznaban su rabia entre las olas
y el muelle nos acogía encadenados
a una farola que luchaba con su grito de luz adormecida
contra el llanto de la luna que viajaba entre la niebla.

 

13

Elegía urbana

 

A Luigi Tenco[17] 

Estoy seguro de que ya nada ahogará mi rima,
durante años he llevado el silencio en la garganta
como el sacrificio de una deuda,
pero ha llegado el momento de cantarle
una elegía al pasado.
(Alda Merini[18] - Versión: F. E. León)

 

La ciudad se ha ido alejando de la que conocimos,
las calles no parecen tener el mismo color
ni las mismas camisas ofrecidas al viento,
apenas quedan vidrieras en las que reflejar nuestras emociones
y nuestra añoranza de lo que nunca ocurrió,
caminamos entre las cenizas de un pensamiento
que no llegamos nunca a poseer,
entre árboles extraños que perdieron sus raíces
y ya no distinguen
las sombras de los geranios blancos
que reman lentas en la mirada del crepúsculo
de los estantes que arañan el antiguo resplandor
de la huella de Camus sobre los adoquines
plegada en el papel que nunca llegué a enviarte.

Unos besos atravesados que se ocultan en las ramas
de las arterias caídas que sufren las direcciones de los puentes
me recuerdan
que los amantes que fuimos se fueron a buscar otra espesura
cuya penetrante melancolía
se derrama en la urna oscura de los himnos elegíacos
que no encuentran unos labios para que vuelvan
a ser besados en la túnica abierta
de los paseos cenicientos que los sauces aroman,
para que puedan entonar en el pasado una palabra de amor
que ahogue un largo poema de resentimiento
en la tarde más triste adonde huía el invierno más cruel.

 

14

Nueva elegía urbana

 

Permite que me duerma sobre el césped
lejano del jardín ya clausurado
que yo llamé alegría...
(Arturo Maccanti[19])

 

No sé si volveré desde esta tristeza
a mirar los lugares que frecuentabas por la tarde,
si podré escribir sobre la imagen de tu vuelo
ahora que no la reconozco
en las mismas mareas que remontamos,
ahora que estoy perdido en una nube que no sueña
como un espejo roto que se ha quedado sin luna,
como una mirada que no puede ver la aurora por el llanto,
un candelabro sin luz en un pasillo sin ventanas.

Porque la ciudad se ha ido alejando de nuestros pasos
las calles ya no tienen la misma dirección
que tuviera la alegría
y el viento parece soplar siempre del Este
con el ritmo espeso y anodino de los poemas mutilados
entre la sombra entrecortada
de una carta de amor que no encuentra
sentimiento en el remite y un corazón de papel
con su ruido de cristal entre los cortes de la tierra.

Caminamos por aceras
que ya no levantan la voz de una memoria
entre los pétalos de los claveles consumidos en las rejas del pasado,]
entre veleros que buscan la sangre
renovada y esparcida en los rumores de otros atracaderos.

Unos versos caídos en el alma de la noche
me recuerdan la soledad del mundo cuando no estás,
la tristeza de una sonrisa que no encuentra tus labios.


15

Los amantes desconocidos 

A Lou Reed en Berlín 

Quiero llevarte el amor que queda
en una ciudad abandonada
y erigir una canción en los labios del viento
que recuerde una caricia sobre un muro derruido
con la presencia de un nombre que nunca supe escribir
y que nunca sabré borrar.

 

***   ***   ***


Cuando llegue el corazón perdido de la noche
te preguntaré
si queda un beso para que te recuerde,
para saber cómo llamarte
cuando la escena haya concluido
en la oscuridad profunda que se anuda
a los árboles torcidos de las aceras
mientras tiemble en los pasajes el alma de los pájaros
que perdieron las notas, la caricia, los refugios
y las sombras celestes de los vuelos de ayer.

Te abrazaré en las herrumbres de las calles ruinosas
para llevarte el amor que encuentre
en una ciudad torpe y abandonada,
para abrir una cortina que deje tu mensaje
en una enredadera
que lleve una caricia sobre el muro enternecido
por un canto angustiado
que se arrastre en el suelo desierto de una hoja caída
en la que nunca me dejaste la dirección de tu voz y tus poemas.

He arrancado palabras en las esquinas del silencio para buscarte,
he clavado un lamento sobre un recuerdo derruido para tenerte,
una rosa en la ventana donde la luz se quiebra
ante las cruces quejumbrosas,
ante la soledad de las alas
que no encontraron en los labios la quietud de la brisa.
 

 

16

Martes de Carnaval en el recuerdo

 

Oscura y mórbida
es la llama de tus ojos
cuando llora
por ti cuando me cantas.

Si yo rezara sobre tu amor inerte
como una tumba abierta
sobre tu voz quebrada,
como una primavera con el cielo apagado
que buscara tu olvido,
tu amor y tus palabras,

sería un libro ciego que busca una plegaria
para verte en la calle como si fueras otra
para hundir en tu cuerpo
extraño la mirada
y no saber reír, llorar, ni aparecerme
en el hombre de siempre que siempre te abrazaba.

Si yo rezara sobre tu amor inerte
la sombra de tu noche se llevaría mi alma
para desenterrarla
en el último verso
que me hablara de ti, que tu rostro llevara.

Arlequín volvería a entregarte mi risa
junto a la Plaza Vieja[20]
con flores y guirnaldas
para darle el aliento que le arrancó tu olvido
en la esquina del mar en donde te esperaba.

¡Oh, eterno Pierrot del anhelo encallado
que sufre en los rincones
y por la luna vaga,
no vengas esta noche a llevarte mi pluma,
la música no arranques del pecho que la llama!

¿Por qué mi amor es triste?
¿Por qué lloro en silencio?
¿Por qué llevas la muerte prendida en la mirada?

¡Ay, triste carnaval de sueños y pasiones
que muere cuando reza y llora cuando canta!
 

17

Nocturno en la escollera 

(Al andaluz costero, occidental[21]) 

 

El ayer que proyecta su sombra en el futuro
empaña las vidrieras
y destroza los labios yertos sobre las algas
que anhelan que regresen
los amores perdidos en nuestras tempestades,
los besos que cayeron en los labios cerrados
de los viejos fantasmas que lloran en la esquina.
 

 

I

En las imágenes que se cubren ante mis ojos,
en los recovecos de la brisa que no tengo
y nunca se ha perdido,
en el camino sinuoso donde dejaste la lluvia y hundiste los deseos
mi amor se desespera
como un caballo que gime en la cuchara de madera que lo arrastra
a la soledad de la neblina que no quiere leer las sombras que te escribo]
en los arbustos que resisten en el desierto
y funden en una lágrima
el discurso sin voz de las antorchas
cuando aparecen las cadenas perversas de algodón
sobre el paisaje roto, hueco y acordonado
que contagia el gris a los ojos que sufren en los párpados de las arenas.]
 

 

II

Busco ese algo que perdí y nunca tuve,
una canción que me llegó adentro navegando
en el flujo de las venas
de una memoria ausente, apartada y deprimida,
busco la poesía que los dioses me entregaron
y no pude atravesar
en el desván sin puertas de un vestigio inerte, seco y amortajado
para dejar que mi barca se hunda en la melancolía de las sirenas
que perdieron las ansias viajeras de tu canto
y me alejo del hombre que cruzaba la avenida con la luz en el costado,]
en las vetas azules de la sangre derramada sobre las azucenas
que levantaste con el perfil de tu mano y un pañuelo afligido
en los hilos sedientos de caricias de tu jersey de plumas apenado.


II


Tu corazón un sueño sin latido,
mi alma la ilusión de una quimera,
por la Cuesta del Gallo[22] van penando como una lumbre oscura
que alienta la mirada del sol entre las nubes
con la nostalgia ardiente que se adueñó de los roces peregrinos de tu gesto,]
con la alondra que sufre la muerte del mañana
y muestra en la tristeza mórbida de su vuelo
la gracia de una sonrisa que sufre en la cadencia de los brazos
que imprimieron la arcilla de tu huella en el destierro del mar de mi alegría.]

Ahora tiemblo como un romance abortado en la alborada,
como si no volviera la risa a los hondos veneros
que se enamoraron de tu boca,
como si las antenas, el mundo, los milagros,
la noche y las revistas
cubrieran mi cintura y no quisieran verme,
y los pájaros aullaran encadenados a los espinos
que rasgaron tu falda plisada en la amargura sentida
de la frontera imprecisa entre tu voz, mi alma y tu silencio.

IV

Me iré adonde habite el rumor de tu tristeza,
adonde mi boca llegue con un pregón que se levante
sobre las conciencias quietas que nunca reivindican
en la calle las ansias de justicia de Fabrizio De André[23],
sobre la memoria del tranvía de San Fernando
que vacío rueda hacia el vientre herido
que crepita en los labios de la noche,
sobre el coloso y la muerte que muestran sus caricias
terribles en la oscuridad mórbida de sus espejos
con una fragancia antigua que desprende los jirones
de los edificios hundidos por el hambre y el espanto.

Me iré adonde vaya la huella de tu cintura,
adonde juegue el aire con tu sonrisa ausente,
adonde los tableros oscuros del teatro
respiren la función que nunca tuvo vida,
aunque vibren en el pecho y en la frente,
adonde los pulsos inundados por las rosas del destierro duerman,
porque ya no tengo camisa, paloma, ni azucena
que puedan llevar sobre el hombro
la imagen de tu mirada fresca tendiendo hilos dorados
en la sábana del viento que se proyecta en el futuro.

Porque perdí la paz y no puedo tener
la palabra imprecisa para vestir mi queja,
porque cerrarás mi voz cuando grite el horizonte
y el arroyo de los niños encuentre su cauce,
su baranda y su puente,
cuando el poniente acaricie el rostro luminoso
de los enamorados que vagan por la playa
cuando el verano alarga su latido en la arena ardiente
que llora en tu recuerdo,
su sombra fresca en el gozne del pozo
donde juegan los pájaros con las cañaverales y el olvido.
 

 

V

Aquí, donde rompo las canciones que mostramos en las esquinas
y solo queda un grito que empaña las paredes con un resplandor de tierra,]
sufro como un pastor que no eligió su paso y no encuentra sus montes,]
como un árbol que llora en los bordes del camino.

Te veré alguna vez cuando la golondrina ahogue su amargura en el polvo]
de un salón mortecino agazapado en la oscuridad de una lira,
cuando la alambrada se abra a una bandera que represente a los perdidos,]
cuando no hayas muerto
en la manzana que muerde en el mismo bocado
las llamas del Paraíso
y la piedra helada que arde en las entrañas del Infierno.


VI


Aún espero que vuelva tu nombre entre la yedra
de la casa encalada,
tu corazón al puerto que moría con los mitos
de tu imagen transida
sobre la carretera de las calas dolientes,
de tu sombra en los labios que aguardan la palabra
que sigue en el recuerdo como si fuera tuya
y siempre inundará las garras del olvido.
 

 

VII

Hay una estatua de cera en el patio que aún te espera
en la cortina transparente de luz al mediodía,
hay un libro caído donde se yergue un sueño interminable,
un ciprés con un recuerdo en sus raíces enredado,
un cuarto oscuro donde asusta la nada y la muerte
se adueña de mi rostro
cuando te alejas de mí y no miras la cuerda
que se ha roto y me desgarra la frente y la garganta.

18

Niño muerto en las cañas

 

A Lorenzo Perea León[24]

 

Sigue la corriente sola.

El lamento de los pájaros

sigue vagando en la higuera

entre la hierba y el barro.

 

La soledad se alberga en el muelle desierto
hundido en las cenizas de una gloria lejana
que la almadraba vierte entre sus redes
como si fuera el agua de los ritos moderno
que olvida lo sagrado
y se agolpa en el lecho de una cesta de mimbre.

Otras naves zarparon sin un nombre en el puente,
sin una despedida
buscando tiernas piedras para adornar las flores,
para romper la imagen de un recuerdo
que duerme entre los pliegues
de una estela apagada en la huella de mármol
que detiene su rostro y acaricia su frente
como un poema torpe sin ritmo, sin cadencia,
como un niño perdido en los cañaverales
que ya no puede hablar
y agoniza sonriendo cantando a la tristeza
como una vieja barca que no vuelve al levante
y en la sombra se pierde aireando su olvido
como un libro cerrado, una gota en el mar.

 

19

Miro los edificios

 

Cuando lleguen los días de una nueva derrota
y vuelvas a llevar aquel vestido nuevo
te esperaré en la esquina de la última cita
con flores en la mano, brillantina en el pelo.
(Cuando lleguen los días)

 

Miro los edificios de nuestra adolescencia
sabiendo que las mariposas no regresan
a los pupitres de las calles,
a las sobrias arcadas de la librería
donde apareciste como un prodigio entre la lluvia,
que los amigos no siempre lo fueron;
no cruzaron la acera
cuando Bruce Banner lloraba de rabia
enfrentándose al engendro
que había brotado de sí mismo,
no lamentaron
que Kafka[25] no volviera a las vitrinas,
que mi amante no me esperara en el arco de papel
inabordable de su triunfo, inexorable de mi derrota;
ella nunca admitió que las flores mueren
cuando llega la noche
al lamento marchito de sus pétalos destronados,
que cada héroe lleva un monstruo en las entrañas
y el tiempo nos devora
aunque hayamos vivido el despertar de un sueño,
aunque aliente su sonrisa los anhelos de una mirada extraña
y se despliegue
como una danza entrañable
en el candor de los labios que tuvieron su tristeza y su alegría,
aunque persistan los derrubios
edificados por la profundidad de las terrazas,
por las reminiscencias de los paseos en la palma de los rostros
y el pesar perfumado de la adelfa en su agonía,
por el estanque enclavado en la fosa del olvido,
en un sentimiento ardiente y enajenado
que vibra en la nostalgia
de las verjas abiertas en los senderos del mar.

El corazón del mundo que tuvimos
solloza por el llanto esparcido
en las ventanas infinitas que miran al silencio,
a los ojos vacíos que llenan el dolor
oscuro de la angustia, amargo de la ausencia.

20

Vieja estación abandonada

 

Ahora sufro en los lugares donde solía jugar.
(Leonard Cohen[26] - Variación F. E. León)


Vientos de soledad en la mañana
y en el andén espera
la sombra del amor que acaso fuiste,
se me escapó tu huella en el espejo
y no te reconozco
y no sé cómo hablarte.

Como si fueras otra me recuerdas
al silencio que canta
en los versos que pierden la cadencia
cuando emergen del alma desprendidos
por un tibio calor que ya no sienten.

En la vieja estación rota y vacía
que no tiene cuadrantes de destinos
he pasado la tarde
con los bancos gastados
y un reloj sin agujas que se duerme
en el rumor del tren que nunca pasa,
en los besos errantes
que perdieron el norte en el camino
y forjaron la nube de tu ausencia.

Aranjuez está lejos,
los trigales se visten de verano
y los ecos torcidos se derraman
en un torpe cuaderno
que no arrastra mi nombre por tus venas,
que no arrebata un lazo en tus esquinas.

En el rincón de sombras impregnado
por la grave caricia de tu rostro,
por la larga madeja sin memoria
de los recuerdos quietos que se mueven
está mi corazón llorando triste,
pensando en los senderos perseguidos
que arrastrarán los nombres
de los bellos amantes desolados
que algún día tuvieron
la sonrisa despierta de la aurora,
la mirada de luz que yo he perdido.
 

 

21

Atardecer en Playa Blanca[27]

 

. Pienso que se han perdido besos en la memoria,
gestos en la alborada, palabras en el mar
pero tú me rescatas
de los días sin nombre,
de la estatua sin fecha, del héroe vencido.

Se fueron los veleros y te estoy esperando
en el silencio gris de la espesura,
tanto tiempo en mis labios y no tengo tu nombre
en esta soledad
que castiga las horas que surcan la Bahía[28],
y apaga la memoria que no tuvimos nunca
de un tiempo perseguido,
de fuego aletargado que te busca muriendo
en la lóbrega Fragua[29] de mi infancia,
en los caminos huecos de la Vía, y el Puente[30]
que acaricia la huella del payaso afligido
que ronda por tu calle
con la guardia bajada y el rostro amoratado.

Y la Laja[31] se hunde en la orilla
ebria del cementerio de los montes
con su rumor de espinas que vierten los escombros
persiguiendo el vestigio de un testamento amargo,
y el corazón sombrío se adormece en tus hierros
y regresa a la Vía trémula por tu ausencia,
cegada por el brillo de tu aroma,
cubierta de cenizas que no saben rendirse
en la lengua del bardo que canta a la tristeza
herida de azucenas que te aguardan
en el recuerdo grave entre la blanca sombra
que grita tus secretos
en mares que no vuelven a besarse y se cruzan
como si regresaran a la muerte del aire.

Tu mirada y la mía solas en Punta Blanca
esparcen por sus venas una herida de amor
y se llaman sonriendo con un gesto angustiado
porque apagan sus velas, abren en una esquina
la oscuridad del triunfo, la luz de la derrota.
 

 

22

16 de julio[32]

 

Me dejas desterrado en el miedo y las sombras
a solas con el mar de dolor que me cubre
en esas olas negras que arrastran a la playa.

(Las ramas de laurel)

En tu dolor me hieres, sin saber el motivo
castigas lo que amas en la ruta obstinada
del calderón que abraza tus orillas
y muere pensativo, varado en las arenas,
provocas lo que sigue
en el pasaje estrecho sombreando las flores
de tu vestido alegre que no llegó a los claros
en la fiesta de ayer,
caminas por el Cuadro[33] abierto que engalana
la acera que retiene
un sitio sensitivo en la memoria
de la niña descalza que vuelve de la escuela
y se pierde en el aire con las rosas marchitas.

Despiertas en la calle como un árbol que sufre
y acoge su destino en la sombra exiliado,
como una enredadera que no alcanza los muros
de la noche vacía, de tu primer poema.

Eres alma de nube peregrina y cansada
como las remembranzas de un poeta apagado
que arroja la toalla de sangre en el camino
entre las Cuatro Higueras[34] y una tumba encalada,
entre los pensamientos del arroyo
y el rostro amortajado de los sueños sentidos.

Vienes desde la muerte de una pasión lejana
que llenaron los pájaros que emigraban al Sur
y buscas la estación
que rompe el horizonte tenue de Cabo Negro,
así te desmadejas en folios y revistas
rotos por un deseo que te llama y te vive
en las fotografías sedientas de pasado
entre las escolleras de la fábrica
que no vuelve del sueño, que no torna a la vida
sobre la fuente intensa de tu boca
que canta su agonía y el alma del quejío
que lleva a la almadraba la herida de los mares,
la luz de la avenida entre los pasadizos
del templo desterrado que perdió la palabra
del galileo
y sufre en el calvario
de mujeres de negro con un himno en la frente
que mueve la quietud de tu voz y el recuerdo.

 



[1] Yebel Musa: montaña escarpada, ya en territorio marroquí.

[2] Leopoldo Panero: Poeta de mérito a pesar de sus ideas.

[3] Phil Ochs: Cantante americano muy relacionado, para bien y para mal, con Dylan.

[4] García Aldave.

[5] El barco del arroz: Durante la posguerra nunca llegaba a puerto. Se suele decir cuando alguien está desorientado.

[6] En Ceuta se conoce al Estrecho de Gibraltar como el Estrecho a secas.

[7] José Emilio Pacheco: Grandísimo poeta mexicano.

[8] Paul Simon: Sublime poeta estadounidense conocido como Poeta del desencanto.

[9] Marc Chagall: Pintor franco-bielorruso y judío que pintaba en el sueño.

[10] Silvio Rodríguez: Trovador cubano.

[11] Calle de Ceuta con un desnivel considerable.

[12] Poeta argentino de una profunda sensibilidad.

[13] Lugar de Abyla en las Murallas Reales.

[14] Poeta chileno de gran valía que convirtió algunos libros suyos en best-sellers.

[15] Parque de la Argentina: Lugar de Abyla.

[16] Pequeña playa ceutí muy cerca de la frontera.

[17] Luigi Tenco: cantante italiano que se suicidó a los 28 años después de haber fracasado con una excelente canción que interpretó ebrio.

[18] Alda Merini: Poeta italiana que superó una locura de años.

[19] Arturo Maccanti: Conocido como poeta del dolor.

[20] Plaza Vieja: Lugar de Ceuta.

[21] Andaluz costero occidental: Variante del español hablado en Ceuta.

[22] Cuesta del Gallo: Lugar de Abyla.

[23] Fabrizio De André: Junto a Pavese y Pasolini el más grande poeta italiano del siglo XX.

[24] Lorenzo Perea León que murió siendo niño en Ceuta. Fue un paludismo contraído en Torre del Mar el que se lo llevó.

[25] Franz Kafka: Uno de los más grandes escritores que haya existido. Era judío y checo.

[26] Leonard Cohen: Poeta en sus canciones.

[27] Playa ceutí que besa el Atlántico.

[28] Bahía Norte.

[29] Fragua: Así se le llamaba a la casa donde habitaban los gitanos de la Almadraba.

[30] La Vía y el Puente: Lugares de Abyla.

[31] Laja Grande: Roca sumergida que alcanzábamos a nado.

[32] 16 de julio: Festividad de la Virgen del Carmen.

[33] El Cuadro: Barrio de la Almadraba.

[34] Las cuatro higueras: Lugar en los montes.

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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.