jueves, 1 de junio de 2023

Brel En la Escuela de Comercio (2023)

I

Brel en la Escuela de Comercio

Ella no ha vuelto más y su sombra se alarga
sobre la cruz del Puerto cansado que aún camina,
el otoño que viene a romper mi recuerdo
se cubre con su voz,
ya no respira su boca con mi aire maltratado
como una canción tierna en los labios de Brel
o unas medias de seda desgarradas

por el silencio.

Me perderé en una noche sin salida

si no puedo destilar su poesía; 

ella era de los mares lejanos,

de la sombra del eterno verano.


(Mares lejanos (El sueño de Gaugin) - 1996)

 


 

1
Me hiciste pensar
que ni siquiera tu amor era eterno.
Ahora sufres y te preguntas
qué fue de aquella mirada,
en qué instante murió tu postrera sonrisa,
qué viento se llevó las hojas del diario
donde decías que me amabas.


2
No supimos desentrañar el sueño
de nuestra encrucijada;
sigo leyendo un poema de amor
que no recuerdo,
aunque tú lo hayas olvidado.

3
La sombra de mi llanto se perdió
aquella noche
en el aire callado de tu vuelo francés
mientras cantaba Brel
la soledad del hombre
en el amor y en la muerte,

el filo de la noche en su larga mirada,
y el mundo le aplaudía
con tristeza y con fervor.

Triste, en una romanza amortajada,
llegaba a mi memoria
con un rumor inmenso, que arañaba
los escombros del puerto
la caricia perpetua de los diques
de Ámsterdam en la escena
oscura, decadente y encendida

donde Jacky lloraba..

Tu sonrisa de piedra devastó
el rincón más sensible de los huecos
que acercaban tu corazón al mío
en tu rostro sediento de levante,
en la mirada herida
que llevaba la cruz angosta de mi alma.

 

4

Parque de los Jardines de la Argentina

 

Ahora siento el frío,
correr sobre mi rostro,
frío sobre los tejados
en donde anida un loco.
(1981)

 

I
Ahora vuelvo al parque descuidado
de la Argentina
con sus puertas abiertas y veladas,
te recuerdo y no estás en sus bancos ausentes,
busco la remembranza de tu aroma
mientras hierve en mis ojos el hombre fracasado
que venera los tuyos y se enamora
de tu misterio
y se enreda en las hojas del laurel
reseco y carcomido
que arrastra su tiniebla en el vapor lejano
que se hunde en el mar de tus secretos.

 

II
Se derrama en la noche el lirio de tu ausencia
como una carta amarga que no puede escribirse
y sigue en la mesita
donde teje la angustia de un amor disidente
que lucha con los monstruos sombríos del rencor.

Muere el parque de siempre con el alma
de un banco que no espera
al viajero cansado que escruta el horizonte
de los viejos amantes que perdieron la rima.

Rompen los coches roncos la frontera y los muros
murmuran en la savia de las flores
que murieron en el rostro del último verano,
y no vuelve tu aliento sobre mi nombre errante,
no tengo tu caricia como si fuera mía,
como si me abrigara
el viento del pasado que recorre tu pelo,
y volviera el estigma de tu piel al jazmín.

Yace abierta una llaga que brilla en el futuro
que nunca llegará a los labios de Abyla
cuando mueran los faros que abrazan otros mares
para seguir desiertos en las noches de luna,
cuando ya no se vea tu lengua en el teatro
de la acera que escucha del naranjo la rabia,
el grito del poeta
que guarda en cada encuentro con la sombra
un papel apagado que hierve en el olvido.

He sentido en mi pecho el pulso de los astros,
las palabras del loco que escribe en las paredes
de una noche romana que agita la memoria
de un libro amortajado
que arrastra la amargura de un verso interrumpido,
y no puedo tener la luz de tus columnas,
el sueño de vivir
la magia de tu piel tersa entre mis manos,
el ansia de sentir tu túnica caída
que llora en la deriva espesa de los puertos,
que ve partir los barcos que no regresarán
y no quiere perder la huella de tus alas.

 

5
Ya no eres la mujer que sonríe a la tarde
que, con su extraño rostro,

acaricia y envuelve
la luz de los espejos, la voz de la neblina
y declina en las aulas de los vientos la rosa,
no vives la canción de la esperanza
mientras muere un poeta en las Puertas del Campo
del ansia de vivir su verbo en el pasado.

Ya no viertes tu aliento en mis mejillas,
no rompes la muralla del rencor afligido
ni abres el encaje a mi lujuria
atormentada y triste que arrastra su agonía
en los ojos de un bar que derrama el licor
y se adueña del humo. La barra de equilibrio
de todos los milagros, de todas las palabras,
estrecha e implacable espera la caída
del verso y las quimeras en los escaparates.

No apartas mi camisa del silencio,
no abres tu soledad a mi ardiente mirada,
ni guardas mis requiebros en la caja de música
cuando Chopin detiene el llanto de la brisa.

 

6
Cuando vuelva la noche
profunda de las calas entre los matorrales
y camine en tu huella como un lobo angustiado
que no encuentra un camino en el camino,
velaré por tus velas abiertas, encendidas.

La luz de las campanas
que doblan en el barrio adormecido
llevará tu silencio en la mirada
que acoges con un gesto enamorado
y muestras el deseo
de alentar las caricias en el puerto tendido,
de vivir en la tierra tibia de tus mayores
y arrasa los cristales del silencio en los muelles
rotos que tú cantabas
para volver a amarte como si hubieras muerto.

Te abrazaré en la rosa
afligida y errante que perdió la fragancia
y anidara en tu paso fugitivo
mientras te perseguían los vientos desahuciados,
te entregaré los aires llorosos de las rimas
que siguen en tu alma y en la noche apagada.

 

7
Je est un autre


(Yo es otro)

(Arthur Rimbaud)
Un hombre encadenado a tu figura
se encamina a mi rostro en la escollera
con un rumbo abortado
que invade los caprichos de la muerte
en los días sin nombre que fluyen en el agua.

Este hombre se arrastra por las nubes
rojizas del crepúsculo que hiere
y arrasa los cristales del silencio en las ramas,
permanece en los bancos vacíos de los parques
y se ahoga en tus ojos
que abren otras cortinas, buscan otro calor
y no sienten la luz lenta de mi esperanza.

Ya no me amas, es cierto, miras el horizonte
de los painicos tristes que lloran en la luna,
de palabras sin velo que cubren la sonrisa,
de ilusiones que pasan y se pierden
en cada esquina fría

que detiene mi olvido, mi angustia y tu mirada.

 

8
He querido arrancar de la calle vacía
el dolor de tus ojos, la llaga de tu voz
de un pañuelo perdido y solitario
que agita para siempre los recuerdos
mientras vuelvo a la duda
que estremece una imagen
terrible y asfixiante que penetra en mi alcoba.

Me arrastro en las estrellas
que lloran a lo lejos
para hablar con la muerte que respira en mi sangre
para volver sin pausa y sin memoria
a tus labios soñados que vibran en los puertos
tiernos de las caricia arrebatada
que espera su legado entre las azucenas
que llevaste en un cesto desgajado
al rumor de los barcos ignotos de los muelles,
a la cumbre del aire que supura.

En los vanos callados de la iglesia ruinosa,
escucho tu lamento extenso y calcinado
para resucitar en mi pecho anhelante,
en mi mirada ardiente
la gracia de tus manos, la luz de tu sonrisa
y el lento suspirar que anidaba en tu boca
y brilla para siempre entre los muertos

porque no quieres ver que te sigo queriendo.

 

9

Archivo atravesado

No te envié ningún archivo
atravesado por un sueño.

(2019)


He llegado al silencio oscuro de tu rostro
para desenterrarlo
de las simas profundas de los bosques perdidos
que guardan tu fulgor en un sudario,
en una despedida cenicienta
que rompió mis entrañas en el viento de marzo,
para poder abrir el camino sin huellas
que amabas en los mares azules y lejanos,
para recuperar el requiebro de amor
que no escuchaste nunca y yacía en mis brazos
cuando en tu amarga ausencia te llamaba,
en los labios la luz, la sombra en el costado.

La fiebre turbulenta de mi sangre
inunda tus mejillas y hierve en el armario
de tu ropa tortuosa de los viernes
que recoge los aires dolientes del pasado
y sufre en los balcones la amargura,
el nerviosismo ansioso de tus manos,
la inmensa soledad de un verso ante la muerte
que vaga en mi recuerdo y se borra en tu diario.


10
Llevas en la mirada el soplo del Poniente,
en los labios la herida
tierna y ronca del pájaro que tiembla
en la acera caído
entre los transeúntes silenciosos
que asaltan el vacío y rutinario
cristal de la memoria en los escaparates,
el halo transparente de los cines,
el humo de las fábricas,
el rayo que ilumina la caricia distante
en la huerta que muere
y se cubre con lirios de pureza
para hablar de los bancos con un nombre grabado,
con un libro perdido con la letra borrosa
y una firma sentida y olvidada
que no advirtiera nadie en un cuerpo que espera
la llama de tu amor, la magia de tus manos.

Llevas en la mirada el mito del exilio
de las nubes canoras que nunca se han movido
de tu eterna esperanza en el misterio,
del viento de tu imagen venerada
y ardiente
que llena las paredes con un nombre,
que rompe los adagios con un verso medido,
solo y atormentado
que hierve en las esquinas teñidas de silencio,
sonríe a la muerte y llora en el Calvario.

 

11
Mariposa

I
Ahora que estamos solos, cerca de la ventana,
y nos rodea lo que ansiamos
y nos busca lo perdido,
elevarte quisiera y entregarte
las flores que aromaste en mi jardín.

Entregarte el paisaje y las casas vacías,
los árboles y el aire que tuvimos.
Entregarte la rosa sin espinas
que alumbrara el sueño del Poeta,

ese poeta era Don Antonio,
y el dolor de morir de la tierra de tus padres
que agoniza siempre cuando te miro a los ojos.

Ahora que estamos quietos y el pasado
ha querido mirarnos para decirnos adiós.

II
¿En qué recuerdo he muerto
y en dónde me he perdido?
¿Hacia dónde camina tu perfume y tu amor?

Ahora que en las manos tenemos la palabra
y el viento del oeste deja oír su clamor
y se lleva las nubes de tormenta

que enreda ese recuerdo que no ha sido
y significa algo hermoso para ti[1].

¿Por qué nos alejamos del jardín, de la tarde?
¿Así muere el deseo, así muere la flor?
¿Así revoloteas cuando sientes la herida?

Adiós mariposa, adiós mariposa de mi vida,
queda un suspiro y el viento del oeste
para cantar la gracia de tus alas
y caminar sonriendo hacia la muerte.

 

III
Cuando ya no me veas y me olvides,
llevaré en la frente esa tristeza tuya
que el sol acariciará.

Tú volverás a ser la mariposa
que revolotea y cae con el día,
que no encuentra esperanza
y que vuelve a volar.

(Julio 1977)


12
Un día de mayo de 2009

 

I
Tú nunca volverás,
lo sé y es por eso que no comprendo
la inquietud abierta de la herida,
el desencanto de la espera.
2
Pero hunde, amor mío, oscura tu mirada
en esta incomprensión sin luz que me atormenta,
para poder buscar en tu mar mis naufragios
y encender las orillas donde tus pies jugaban.


Ya no te puedo amar,

ya no puedo besarte, ni soñarte.

Ya sabes que no puedo encerrarme en tu pecho,
que busco sin consuelo tu herida que sangraba,
pero no puedo verla, tu cuerpo es un castigo
que se acerca en la noche. 

Tu cuerpo es un castigo.
Y tengo que tocarte solo con la mirada.
3
Me dirás que con los locos
sólo quiere vivirse una aventura
que se guarda el equipaje de promesas
para abrirlo después del naufragio.

Y yo sabré que desnuda eras un sueño
que me llevó hacia ti la ola de tu playa
que descifré en tus labios la metáfora oculta,
que nunca floreció el alma de la aurora.

 

13
La muñeca que amaste
se pierde en otros brazos que apenas te sonríen,
en la muerte sentida
en un bosque de piedra que muestra su aspereza
y se arrastra en tu rostro y tu recuerdo,
en el dolor del muelle que se aleja en las brumas
y te lleva a otras nubes en un Madrid ansiado.

 

14
Los poemas escriben una nota en tu piel,
un destello en el agua,
un vuelo interrumpido
donde yace tu imagen en las largas cadenas
y vive la esperanza destrozada
que se mantiene firme en tus anhelos
como un héroe antiguo y derrotado
que no baja la guardia y ante la muerte
siente la soledad de los perdidos,

la levedad del humo que rompe los recuerdos.

 

15
La palabra celosa te llama en los jardines
que abrieron nuestras lenguas
en un día remoto
que borraste en tu agenda polvorienta,
que vive en la muerte marchita de los labios
y guía al corazón en los faros de la sombra
que arrebataste al sol en tu locura.

16
Regresé de las sombras para volver a amarte
con tiernos besos sin luz

y sin destino
en ese puerto donde me dejaste,
en esos labios tuyos que suspiraban a lo lejos
y tenían un acuse de recibo
con una dirección que alentaba la fuerza

perdidas en el verde,
forzaba tu sonrisa y te mordía el alma.

 

17

Dime que ya eres libre como es el vient,

dime que no me amas, que ya me olvida,

dime que ya no tienes ni un pensamiento,

ni una sola palabra que me dé vida

(Pablo Milanés – Reclamo místico))


Lloré por tu deriva
y tu determinación de romper nuestros lazos
al descubrir que yo no era tu destino,
respiraba en tu rostro el recuerdo
que humedecía tu boca
que me alcanzaba como si fuera otro,
fui tu amante una noche
que no recuerdas
y no me amabas,
y sufrí por los besos ardientes
que prendieron mis labios y murieron al alba.

18
Ya no puedo tener la luz de tus columnas,
las ansias de vivir
en la huerta tapiada que mueve los recuerdos
de una niña asustada que persigue tus pasos,
la magia de mi orgullo en tus caderas,
el dulzor de sentir tu túnica caída
velando en el prodigio fervoroso del Puente
donde padecen mustios
los clavos de mis noches que tu espejo refleja,
la herida de los salmos
que ven correr la nube que no vuelve a tu cielo.

 

19
Regresa a tu retrato la caverna del tiempo,
la sangre del poeta que recogió tu abrigo
en las Puertas del Campo,
en el levante denso que azota las murallas
y muestra los destrozos de mis viejos naufragios,
en la tierra del mar y de los espigones
que aprisionan la huella de tu aliento
que no puedo arrancar de mi alma perdida.

Resiste en mi dolor
el ramo de la aurora esparcido en tu rostro,
el bosque de silencio de un perdedor oscuro
que te sigue alumbrando
desde la lejanía escabrosa del miedo
donde llora el ciprés negro de mi esperanza.

 

20
Los labios de un destino que nos tiende emboscadas
no saben desterrar
la llama del olvido que atraviesa la plaza
que nunca desvelamos en su antiguo esplendor
y fluye entre las fuentes,
escondida en las horas permanece desierta
helando mi memoria entre los crisantemos
que esparciste en la acera y en los cables.

Se adentran en la isla los ecos de los pasos,
los folios afligidos que imprimen nuestros besos,
cubren las azucenas la mueca apasionada
de un instante de luz que se quedó en el aire
y llega a tus rodillas postradas en la arena.

Hiere la soledad la barca del silencio
en el foso angustiado que perdió tu sonrisa
y empuja hacia tu muro
el llanto de la noche que hierve en las tinieblas.

 

21
Tus anhelos que sueñan en un árbol vencido,
en la hiedra que cubre la Escuela de Comercio
van subiendo la cuesta de las hojas perdidas
y no quiero enterrar
un beso amortajado que desgarra
las venas de la calle, el mar en mi tristeza
y muestra en las paredes de un antro tu sonrisa,
las palabras de antaño que mueren en a la playa
escribiendo un poema de amor entre la niebla,
la impronta de tu rostro en un cuaderno
frágil y humedecido
que se queda en tus ojos y pierde tu mirada.

 

22
Tu mirada que sueña con el árbol cansado
de la esquina de Comercio,
con la hiedra que inunda la sombra de los muros,
va subiendo la rampa de las notas caídas,
profanando la huella de los niños felices,
y no quiere enterrar la queja miserable
de un hombre enamorado
que no encuentra un lugar para esconderse,
camina en su dolor por puertos expugnables
y desgarra sonriendo la voz de los mendigos,
las venas de las calles que nos vieron morir

de amor,
el aroma del mar, la luz de tu tristeza.

 

22
En el Puerto de Ámsterdam

La verdad en la sangre de un trovador ardiente
invoca los milagros más profundos,
se retuerce en la escena que turba la esperanza
y muestra en las paredes de un vuelo tu vestido
de flores esparcidas y un deseo ahogado.

Las farolas que tiemblan con un himno disperso
acogen un poema disoluto
en cada resplandor que se funde en las rocas,
las palabras heridas que vuelven a la playa
buscando unos vestigios de amor entre la niebla,
la impronta de tu rostro en una nube
frágil y humedecida
que oscurece mi alma y apaga tu memoria
en la cubierta cruel donde los marineros
se burlan del destino mientras vibra la muerte
y un albatros no encuentra el manto de los mares.



23
La mort

Es tan corto el amor y tan largo el olvido.
(Pablo Neruda)

 

            Leonard Cohen decía en uno de sus poemas más enigmáticos que hablaba de silencio porque sabía mucho de silencios y le entregaba como regalo a su amante de turno un poema que había surgido de las entrañas de una época determinada de su vida, del misterio silente que habita en la brevedad sin límites de la vida de una rosa.


            Cohen, todos los hombres no somos iguales, con un pesimismo que nada tiene que ver con el corrosivo y fatalista de Philip Larkin ni con el irónico y tierno de José Emilio Pacheco muestra, en su derrota ante el mundo, las ansias de vivir aunque no crea en el heroísmo permanente de los vencidos en las Termópilas, de abrir los ojos y respirar la melancolía decadente de quien piensa que no le quedan flores con las que oponerse a la intransigencia del olvido, al hecho largamente comprobado de que, con el paso del tiempo, una amante puede cambiar de nombre y un amigo convertirse en un desconocido.

 

            Me parezco tanto, Laura, a tantos hombres y mujeres al creerme diferente. Estás triste porque no me entrego a tu amor, pero ya sabes; no puedo darte lo que no es mío, aunque me pertenezca. No es culpa mía que me hicieran así.


*** *** ***

            Nunca sabré por qué surgieron aquellas palabras que dejé entre tu pecho y tu mirada y sé que no habrás olvidado, Laura; no eran hermosas, no eran hondas; ya sabes que, en estos días, me desenvuelvo en la magnitud perversa y extrema de los pequeños detalles que me hacen distinguir el valor de las personas que nos rodean y envejecen con nosotros y a las que apreciamos con sinceridad pues van clavados en nuestra misma cruz, en las pequeñas cosas que nos hacen reír y llorar como si fuéramos el sueño interrumpido de una película que nunca se rodó, de un niño que no nació y aún llora en nuestras entrañas, de una muñeca de cera que se aproxima al Infierno porque se equivocó de camino. Esas palabras huyeron de mi alma antes de llegar a ti, simplemente pretendían conjurar la tristeza de la muerte a través de la profundidad y la belleza que caben en un río otoñal seco y tortuoso que inunda la alegría de vivir cuando solo nos queda la sonrisa para seguir adelante.

 

            Ya sabes Laura, que cualquiera hubiera podido afirmar con amargura y resignación que la muerte está al final de todo, pero lo dijo Jacques Brel que, a pesar de bajar los brazos ante lo inevitable y arrojar la toalla adonde nadie pudiera recogerla mecida por los vientos adulterados de los Mares del Sur, pertenecía a la raza de los irreductibles y es posible que recibiera a la Parca sin aceptar el destino de todos los hombres, el sueño infinito de la nada.

 

            Nadie supo llevar al público a su terreno como el Grand Jacques, nadie logró el perdón cristiano después de que sus muecas y su grito criticaran abiertamente la ridícula autosatisfacción de aquellos que habían corrido a comprar las entradas para gozar de su histrionismo, su sinceridad y entrega desde la primera fila. No hace falta más que mirarse hacia dentro para advertir las limitaciones de los otros, empezar a conocer al hombre que va muriendo con nosotros. ¿Por qué tan poca gente lo hace? ¿Por qué hablamos de eternidad cuando nos aferramos a los bienes efímeros de este mundo y engañamos a nuestros hermanos para recibir en herencia lo que no puede aprehenderse?

 

24
Rosa

Y lloramos por dentro
en borrascas decembrinas en plena primavera,
en el rostro de un dios que no perdona,
que aprendió a disfrazarse un Martes de Carnaval
del que aún no ha regresado,
y el amor se convirtió en cenizas aquel día,

en llama viva el resentimiento.

(Lluvia de primavera)

 


Sé que puedo abrazarte esta noche que muere
en el gris tembloroso y mustio de los faros,
en un rincón perdido del muelle de las brumas
que escucha los lamentos de un hombre atormentado.

Llegas desde la orilla y me das el instante
que habla de una sonrisa que se adentra en los labios
que tuvieron la garra de un guiño irreverente,
y penetra en las venas con un verso incendiario.

Sientes cada mirada en un dique perdido
y desangrado,
cada recuerdo hiere la estalactita hundida,
cada sonrisa loca es el grito de un bardo
que despierta el amor, ilumina el ensueño
y se deja arrastrar por la lengua y los brazos.

Te hablaré del venero lejano que te guía,
que te sigue llamando,
de las olas que bañan los pies de la escollera
y llenan de memoria la esperanza de antaño,
tocas cada palabra que hiere dulcemente,
cada deseo triste que persiste llorando
y sostiene los pulsos sensitivos del vuelo,
una estrofa cautiva, un verbo desplegado
en las alas del viento, en la declinación
de un verso enajenado,
eres cada secuencia que extiende la fragancia
de una rosa en la frente de un soplo venerado
que se abre en el silencio, exhala los latidos,
vive para soñar y muere en el milagro.

25

 mientras que yo, atormentado y en mi desgracia
me ofrezco y me entrego
a las sombras de tu noche.
(Francisco Lobo)

 

Siempre arrastré las llagas de tu culpa
y sufrí por las cartas perdidas que no llegué a leer,
por las llamadas
que no pude escuchar mientras te maldecía,
mientras me acorralaban la ausencia y tu vestido
en una sala oscura que nunca frecuentaste
y amarga me miraba
como si fuera un hijo de las sombras
atrapado en el fulgor hiriente de un recuerdo
que nunca permitiste
que descansara en el temblor de mi almohada.

Lloré por el rechazo que cubría mi rostro
y ahondaba en los rincones
del velo de la luna
que ardía en los espejos de una alcoba sin puerta,
en la espina de miel ensangrentada
de tus gélidas manos
en los días más grises que morían
y desfilaban huecos por las enredaderas
que nunca atravesaste con soltura,
por los escaparates
rotos que me mostraste en un rincón perdido,
en la noche del dolor que mordía las sábanas,
desgarraba mi orgullo y se hundía en mi mirada.
 
26
 
Merece la pena
que yo viva por Sócrates Alonso
que no cree en un único Dios,
por Cicerón
/que era un cobarde 
pero murió como un valiente 
/defendiendo la única República,
 / por ti que me pedías
que te hiciera el amor
 cada vez que te hundías 
en la tristeza y llorabas 
porque habías perdido un sueño,
porque me querías y era doloroso.
 
 





 

 

 

 

 



[1] Si desde lejos aunque separados - Oda Alcaica (Friedrich Hölderlin).

 

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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.