martes, 18 de octubre de 2022

Fotografías de Hydra

Siempre quise saber a quién miraba
la chica de la foto,
de quién lleva en las cejas un umbral de flores amarillas
y por dónde respira el fanal de su inocencia,
su candidez exacta.
(Vicente Martín)

I

Imagen

Regresé de la muerte para hablarle a la soledad
y sentir en tu desierto
el miedo y el aullido de un profeta olvidado,
para hundirme en las islas abandonadas
que emergían
entre los edificios exangües y ruinosos
de una ciudad antigua que no podía abrazarme
sin las sábanas húmedas
que mecieron nuestros cuerpos
ni creer en la esperanza de los santos amortajados.

Escribí palabras de amor en el corazón del puente
que no quería llevar tu nombre
y no esperaba a nadie entre la gente solitaria
que pasa por la calle
y no encuentra calor ni fuerza en el camino.

Sufrí en los lugares que tuvieron nuestra risa
por el desapego que sentiste
de tu propia imagen en el cuarto de mi desvelo,
por las ideas
que ya no cultivabas en el jardín
erigido por las ramas de mi fragilidad y mis temores,
por la memoria de la niña que jugaba
entre las notas de una canción perdida en el olvido
y un corazón roto y desesperado.

II

Imagen

Ya no conoces el rumor del aire
en el alma fugaz de los jazmines,
la sangre clara y nueva que brota en los veneros,
ya no miras las nubes que se escapan
mientras la tarde oscura
se pliega en el silencio de tu rostro
y esa niña en grisalla con lazos en el pelo
siente con amargura mi derrota anunciada,
sufre la soledad del hombre ante la muerte,
solloza en los relojes
por la eterna crueldad del tiempo con Saturno;
ya no escribes mi nombre en el camino
devastado en los bordes de tu huella
y en su candor
no vuelve a las sandalias profundas de tu canto,
a la sonrisa tierna que llora entre los sauces.

III




Estás ahí, en ese trozo de papel borrado
que ya no habla de cambios
y de justicia
en los tugurios donde la bruma se detiene,
estás en mis brazos cuando sueñas
con el deseo de amarte por encima de las hojas
y de la muerte
cuando respiras en mis labios,
estás con mi sombrero azul de fieltro en mis rodillas,
caminas por el nácar de un negativo oscuro
como la nube de polvo que mecía
cada mañana tu almohada con mis manos
y el vestigio de una plegaria perseguida
por la virgen sin luz
de la capilla sin nombre y cerrada
por la sangre que perdía el clavel del Mentidero.

IV

El poema manchado de tu silla
y el vino de la noche
descienden a tu rostro de sirena exiliada
por el vuelo nervioso de una alondra
que no pliega las alas y emprende otro camino,
como un hueco en el salón
que golpea en las ramas de una puerta
 ebria y atormentada
como la juventud que no fue nuestra
y llora
cada vez que me asomo a la veranda de tus labios,
al amargor de los helechos
de un niño ciego amortajado por el amor
que no supo querernos cuando llegó la noche larga.
 
V
 
Dame tu despedida
para seguir viviendo,
mariposa de luz
de un tiempo que moría.



Estaré siempre en esta terraza
fumándome el mismo cigarrillo 
mientras te espero, 
en una servilleta habré destruido
un poema de amor desesperado 
con los vidrios quebrados de tu ausencia,
con la inmensidad de la última caricia 
que se hundía en los labios carnosos de la resaca
cuyo rumor aún te asusta cuando golpea en tu finestra.

Estás ahí, en ese trozo de papel manchado
que ya no habla de cambios y de justicia, 
porque mueres en mis sueños cuando sueñas,
en el deseo de amarte
por encima del tiempo
y de la muerte cuando no estás y respiras,
en mi sombrero de fieltro y mi chaqueta,
en la nube de polvo que mecía cada mañana 
los vestigios de las plegarias perseguidas 
que se perdían en la taberna
y el vino por la noche,
en el vuelo nervioso de una gaviota
que plegaba las alas y emprendió otro camino
llamando a la puerta de un libro atormentado, 
llorosa, ebria, torpe y ensangrentada. 

La isla no me dijo que sería fácil 
encontrar un sendero en la niebla;
es duro`aprender a vivir con el levante, 
constatar que no hemos dejado de llevar 
a los mártires a la hoguera de los mostradores del mundo,
de tejer una corona de indiferencia 
sobre la herida de los poetas 
que fueron derrotados por el clamor de los silencios,
sobre la niña que cantaba
entre mis notas y el desgarro del olvido,
que no conocía
el rumor del papel sobre las hojas, 
la sangre clara brotando en los veneros,
ya no miraba el interior de la colina
en mis ojos
cuando caía la tarde,
no volvía a la Piedra del barranco que tuvo nuestros cuerpos,
a la oscura arena del Chorrillo que cantaba, ni a tu rostro.

Vuelvo a esa fotografía con las ansias 
de retener un instante del aliento
que no supe vivir ni poseer,
de contemplar cómo era tu mirada, 
aunque estés en otro tiempo y hables en otra lengua,
quiero arrancarte del mar 
que nos alejó de nuestra deriva entrañable,
del poema sin luz que alumbraba los tugurios
enclavados en la lonja y en las sierpes,
en el corazón que aún vibra
con los besos que no llegaron a derribar los muros,
con el halo inmortal de tus caderas en el muelle. 

Vuelvo a la sonrisa que me escondías 
en los días de licor y de cerezas,
recordaré las lágrimas que arrastraban los sollozos
con cada canción que se clavaba en lo perdido,
la soledad de la playa 
cuando los niños se habían marchado
y la iglesia se convertía en una isla,
miraré en las paredes que resisten las estaciones
en tu retrato húmedo 
que yace sobre la melancolía de un vencido,
sobre una promesa de amor escrita en el agua.
 
VI

Te desearé en las escalinatas
que no conoces,
pensando en la amargura que me traen la sombras,
que se adueña de cada habitación que cruzo
como un pájaro que ha perdido la paz,
y espera en la puerta del museo 
que no supo guardar la inocencia de tu blusa,
en la soledad del puente donde muere la rosa 
y pasan los escombros, 
en el arco que mece las cenizas de la tarde 
mientras me hiere el aire que siempre llega 
con la sábana ardiente que tejiera tu mirada
y me dice que ya no serás la misma,
que pensarás en mí en cada latido,
que llorarás el filo rasgado de mi ausencia,
pero no podré verte con los ojos de antes.
 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.