Silencio,
ni azucena
de
un dios que me consuele,
vivo
para el recuerdo de lo que no he tenido;
he
visitado cárceles,
hospitales,
cuarteles,
he
hablado con los locos, calmado a los perdidos,
pasado
por los barrios donde habita la muerte
y
entregado mi risa
al
corazón vencido.
Y
tú, que me dejaste el ritmo en la zozobra
y
el alma desbocada,
con
las dudas me abrigas,
amarras
el silencio y el dolor aprisionas
para
representarlos como una alondra herida
que
canta cuando muere y en el llanto se ahoga.
Y
tú que me arrancaste la luz de las farolas
me
dejas con las sombras turbias de la Avenida.