Ya aprendí que el corazón se desespera
en la negrura espesa que acaricia el abismo
del dolor y la amargura
cuando grita y no puede destruir el muro
que levantan las ruinas.
Tu corazón se me presenta
como un niño maltratado que mira receloso
desde la esquina que doblaba hacia su casa
y ya no reconoce los tejados y las nubes,
los rostros que se cruzan
y no puede avanzar por el peso de las sombras
de su culpa proyectada en las aceras.
Ese niño se rompe en una lágrima
que no será enjugada por un pañuelo amigo,
reza en la línea
que separa los lirios del monte,
y piensa que todo lo que amaba
se ha perdido sin remedio.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.