Toda verdad corre el riesgo de ser modificada por el tiempo.
Nunca aprendí a equivocarme, pero ejerzo, mal que bien, mi oficio errando como si fuera un maestro consumado de las equivocaciones. Te he fallado, Laura, a ti que eres asertiva y platónica (y, sin embargo, no socrática) al mismo tiempo, a ti que has luchado tantos años deseando meterme en el camino de la verdad, duela o no duela, pero la verdad también se inventa, dijo Don Antonio, mas no me enseñaron a mentir, venía de serie (tenía que protegerme de la transparencia de mi rostro) y aprendí, con mucho dolor, a decir la verdad cuando miento.
Solo te quiero a ti y es cierto que nunca te siento tanto cómo cuando hablo con la soledad; es estar contigo sin estar sin ti, con lo mejor de ti; la fidelidad que, sin merecerlo, me has guardado, de pensamiento y obra cuando te he dado motivos suficientes para no hacerlo. Tú no buscas la verdad, la exiges, como si fueras un Montaigne que intenta definir un tiempo marcado por la barbarie y la sangre, poco más o menos, como el nuestro.
Vuelvo a repetírtelo; entre tú y yo, con los ojos cerrados, me quedo contigo. Sabes qué me quieres, lo sé muy bien, pero aborreces al monstruo que, aleatoriamente, me suplanta a veces. Alguna vez ha sido bueno y, por ello, perseguido como un toro que busca las tablas sin que se le haga ningún caso a su bandera blanca.Al contrario que tú, yo no quiero tu verdad, sino en lo que tú la has convertido; un recuerdo sin luz. Eres un albatros, a pesar y por tu única y metafórica caída. No eres, desde luego, la madre de Hamlet ¿Cuál es verdaderamente la cuestión? No he sido un buen cristiano. Yo no te perdono una niñería, tú, a fuerza de ser desbordadas por mi insistencia en la herida, has acabado por no perdonar mis barbaridades. Pero, ya ves, has logrado, con toda propiedad, que te te diga solamente a ti, a pesar de tu negación del perdón, que eres una buena seguidora de Cristo y que yo quería vivirte y que tú me vivieras.