Pero me emocioné sinceramente,
de una manera antigua que se me hizo extraña,
cuando advertí en sus ojos
que eras tú quien reías y llorabas, y llorabas
como si volvieras
a otros escenarios del recuerdo
y arrancaras a Marianne
de la suave marea que aún mece su isla
para decirle adiós riendo entre lágrimas.
La eternidad del amor dura lo que un recuerdo cuando todo se ha perdido, cuando agonizan las calles
atormentadas de Hydra y se apagan las
farolas porque se levantan los postes con la lentitud del abandono y no hay
sueño que anide en los cables o se arrastre por la tierra que sigue esperando
su pavimento y sus aceras. Una canción permanece mientras haya alguien
que quiera escucharla, un salmo si lo escribe un refugiado en unos labios que
mantengan la ruptura de su promesa o
un templo con tus mórbidas columnas que
haya querido ser profanado con toda su alma y se sostiene en la luz crepuscular
mientras se derrumba para acariciar sus ruinas en la oscura colina por la que
nunca caminaron los dioses.
*** *** ***
Aquí estoy, yendo de las
flores al silencio capturado por el instante de una fotografía que olvidó, al revelarse, que tú no estabas, en las
ramas de la inconsciencia advertida sin saber descender al suelo de tu enigma
telúrico que aún juega con la golondrina que se adentró en el cielo oculto por la niebla que derramaste en el
último tugurio del puerto donde soñaba una guitarra mientras la vida se detenía
para escucharte y contemplar las sienes de tu olvido. Aquí estoy con un lápiz y
un sombrero, esperando que llegue la magia al papel, desierto, sin
espejo ni destino, navegando en la resaca que me dejó la marca permanente de tu
piel en los pasillos, edificando un sentido rítmico con acordes que pasaron por mis manos y no pudimos pronunciarlos mientras
cantabas el himno que atenuaba nuestra culpa por haber dado la espalda a los edificios
que alentaban el aullido que había salido a la calle y llevaban escrito en sus
paredes la rabia de haber dejado escapar los poemas perdidos en las
manifestaciones.
*** ***
***
Soy yo quien enciende un
cigarrillo en una habitación cerrada para pergeñar en el humo el primer
sentimiento que desencadene en un poema sin luz que termine en tus brazos para
desterrar el miedo, quien transita ansioso por los caminos abiertos en el desfiladero de tu
memoria adolescente, quien no podrá sentir nunca más la tristeza de tus ojos de
levante altivo mientras te refugias en los
espigones de los besos para que no sea borrado tu nombre de las piedras
por el tiempo y el mar, soy quien sobrevuela la belleza resplandeciente de tu
rostro cuando amanece confuso y maquillado en la cabecera de la cama que algunas noches y tantas mañanas se adueñó de nuestros cuerpos,
quien huye del amor porque desea sentirlo siempre como si acabáramos de
conocernos cada vez que nos miramos, y nunca hubiera escuchado el latido
nervioso y penetrante de tu pecho, la libertad gritando en tus entrañas, ahora que ya no sientes resquemor por las
cartas que nunca me escribiste, que dejo que se apague mi desesperación en las
serpientes de tierra que recorríamos entre el licor, los candelabros y el rumor
de los embarcaderos que aún lloran sobre las palabras que sostenían tu camisa y
perseguían tu huella, que ya no saben en
qué cajón guardé la cinta de tu pelo, el candor de tu vestido de los viernes,
que vagan por la orilla de la ensenada que se pierde dos veces al día atravesada por la voracidad de la canción de las mareas,
que ya no saben cómo era tu acento ni
pronuncian en tu mirada el nombre de la isla, ni la ternura de la tarde en que
nos encontramos y tú te habías entregado a la amargura de una lágrima.