viernes, 20 de octubre de 2017

Joaquín Sabina - Que se llama Soledad



que ser valiente no salga tan caro, 
         que ser cobarde no valga la pena.


Ayer un compañero nuestro me llevó a Claudio Rodríguez, no era la primera vez que lo leía y volví a encontrarme con lo mismo; admiración y desapego, hay algo que no conecta entre su sensibilidad y la mía, pero siempre percibí que me encuentro ante un gran poeta, que ya lo era apenas con 19 años. 

Sé que a otras muchas personas les habrá ocurrido algo parecido, los que escribimos poemas siempre estaremos marcados por los poetas que nos llegan pero podremos ayudarnos de apreciaciones casi objetivas; dominio del lenguaje poético, léxico, ritmo, pausas, azares constatables... para reconocer que aunque no nos sintamos a gusto leyéndole nos encontramos ante un gran poeta, pero entramos de lleno en otros cuya principal virtud para nuestros ojos es que nos concilia con nuestra condición de hombres. No quiero decir con ello que Joaquín Sabina no tenga recursos poéticos, ni mucho menos, pero cuando pase el tiempo, ese dios implacable que pone a cada uno en su sitio, no será su técnica ni su habilidad con la pluma las que permitan su recuerdo, serán aquellas sentencias entreveradas, a veces en una canción no muy afortunada y el alma de lo que decía en apenas dos versos que implicaban su conocimiento de la naturaleza humana. Joaquín no tiene nada que ver con el Príncipe e intuyo que se siente dichoso de que así sea, ha sabido atravesar los pasillos sonrientes donde jugaba a ser feliz la criatura de Wilde y quedarse atrapado en el palacio de las preocupaciones donde el placer y el deseo tantas veces nos roban la sonrisa.


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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.