lunes, 26 de junio de 2017

El fusilamiento de Federico, un maestro y dos banderilleros. (3)



I
Te fuiste Federico una noche de agosto
con un maestro de escuela y con dos banderilleros
 con los ojos de aceituna
y negra y roja bandera.

Para hablar a los rostros de tu cálida tristeza,
de tu fresca alegría
para que te consuelen en la muerte que llevas,
con la sombra de Ignacio que gime en los olivos,
para que te recuerden los trinos del amor
al que otros escupen y apuñalan a los ojos
en el agua cristalina y pura  de la Vega.

Para que se marchen los comisarios viejos
de la sonrisa exacta que caminan con sus cruces
y esgrimen en el aire sus látigos del orden
que gobierna la muerte en la esquina del recuerdo.
26 de junio de 2017

II
Hay un jardín que muere en el patio de la ausencia
donde canta el jilguero que lloraba sin luz
en lo turbio y estrecho  de una infancia que vuelve
y no encuentra palabras para explicar tu canto,
y entre escombros agolpados contra un muro
la tristeza se esfuerza
por ofrecer su lecho de raíces a unas plantas de Oriente
que no verán el camino de sus primeros pasos nunca más
como tus ojos, en un barranco  donde no habita una estrella
que los guíe,
oscuros, deslavazados, apasionados, muertos,
en el libro amarillo que mostrara tu hondura
ante mi asombro de niño,
en la palabra de amor que desplegó tu boca hacia los tristes,
hacia los que nacieron arrodillados
ante el peso infinito de un estigma invisible,
hacia los que tienen hambre de que las amapolas
vuelvan a los montes derruidos que imploran su dolor de tierra,
la melancolía de su ocaso
que nadie mirará mientras tiemblen los dioses
entre las sábanas blancas tendidas en un mísero cordel
 y la canción que hiere en las tinieblas
de las cinco de la tarde.


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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.