domingo, 21 de agosto de 2016

Mujeres ardientes en Nueva York y la ausencia de una estrella.


         
               


         
Las mujeres,  no podía ser de otra forma en un mujeriego impenitente como Saint-Exupéry, constituyeron una importante razón en su deriva emocional neoyorquina.
Sus conquistas, la mayoría de las veces, no tenían otro objetivo que el disfrute carnal sin implicaciones sentimentales y parece ser que ni siquiera la barrera idiomática supuso un problema para sacar partido al magnetismo que desprendía su fama, la brillantez de su oratoria y la ternura de su sonrisa.
Más importante aún fue la simultaneidad con los tres amores[1] más importantes de su vida que llegaron a compartir su presencia en la ciudad de los rascacielos. Una situación que por sí sola hubiera bastado para derribar definitivamente a cualquier otra persona tuvo una repercusión deslumbrante en el plano creativo, en aquellos tortuosos veintiocho meses escribiría "Piloto de guerra", "El pequeño príncipe" y daría forma definitiva a "Carta a un rehén" y seguiría en su odisea interminable buscando la "Ciudadela" cada vez más difusa, más lejos de mostrarle su mensaje subliminal.

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Consuelo Suncín tardó casi un año en reunirse con su marido en Nueva York, alquiló un apartamento en el mismo edificio, pero varios pisos más abajo de donde él vivía, una muestra más de las desavenencias de un matrimonio que distaba mucho de cumplir con lo que se prometieron[2]. Las circunstancias por las que apareció en Nueva York son confusas prevaleciendo la opinión de que fue muy a pesar de Antoine, ya que pensaba, con razón, que su presencia añadiría una tensión innecesaria a su desconcierto. 
Pero no falta quien diga, en una versión más romántica y, sin embargo, probable, que acudió a la llamada desesperada del escritor en un momento extremo de debilidad y angustia. 
Consuelo, silenciada y considerada prescindible en su vida durante más de cincuenta años, arrastraba las huellas de su esterilidad[3], hasta que Paul Webster la rescató de un ninguneo incomprensible, fue la mujer más influyente y determinante en su vida y la que más brilló en su literatura[4], Antoine sintió hacia ella una dependencia extraña, aparentemente incompatible con sus múltiples ausencias y el desfile de amantes que vestían de incongruencia su exquisito escaparate de hedonista insaciable.
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Es cierto que, a pesar de sus muchas y nada amistosas peleas[5], siempre tuvo hacia ella una actitud protectora, casi paternalista, diametralmente opuesta a la que venía sosteniendo con Nelly de Vogüé en la que ésta le mimaba y consolaba al niño melancólico y asustado que había en él, le tranquilizaba de sus problemas emocionales y le ayudaba con los económicos[6]. La empresaria agresiva, dominante y triunfadora solo aparecía cuando intentaba, sin éxito, alejarle de Consuelo por la que sentía una aversión enconada. 
Es extraño que no se comente mucho otro hecho que contribuyó poderosamente al estado de frustración que sintió en la Gran Manzana; la distancia con su madre. Marie era una mujer extraordinaria, con una innegable inclinación artística que orientó hacia la pintura con cierto éxito, que admiraba el talento y la independencia de su hijo y le inquietaba su irreligiosidad provocada, en gran parte, por el regusto amargo que le dejaron los años que estudió con los jesuitas.

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Saint-Exupéry mantuvo con ella una correspondencia intensa que se alargó durante años y que ha servido para situarnos los diversos estados de ánimo que atravesaba en las diferentes etapas de su vida. 
A Marie no le gustó nunca Consuelo[7], aunque lo llevó con la discreción que les faltó a sus hijas[8], ya que no confiaba en que su matrimonio fuera el fin del comportamiento bohemio y licencioso que precedía su fama, y, además, la acusaba de estar distanciándola de Antoine, al que aconsejó varias veces, a lo largo de los años, que se divorciara de ella.

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Por eso no deja de ser extraño que, Saint-Exupéry, ante el presentimiento de su muerte [9] y el halo de necesitar ser protegida que desprendía Consuelo, a pesar de su independencia[10] y la fortaleza de su carácter, le confiara a su madre que cuidara de ella. 
Consuelo no habría de tener los mismos miramientos hacia él, había acabado por estar más resentida en la batalla de conquistas que resultó de aquella relación donde se sucedían los amoríos extramaritales, a veces, simultáneos; no puso demasiado bien a Saint-Exupéry en su comportamiento ni en sus cualidades humanas en “Memorias de la Rosa” y pidió, cuando muriera, ser enterrada con Enrique Gómez Carrillo, su segundo esposo, con quien solo había estado casada durante once meses, pero la hizo rica para siempre. Una decisión probablemente dirigida a los herederos del patrimonio de Saint-Exupéry que habían hecho todo lo posible para silenciar su importancia en su vida, que interpretaron su actitud como un desafío que no mitigaba el hecho de que el cuerpo de Antoine nunca ha sido encontrado.
Puede que en esa actitud hostil de Consuelo pesaran más las infidelidades espirituales y artísticas que las físicas en su tenaz empecinamiento por derruir el mito. No debió aceptar de buen grado que obras como “El pequeño príncipe”, “Ciudadela”, “Escritos de guerra” y los “Carnets” llegaran al público a través de las manos de sus amantes, que, siendo cultas y refinadas, tenían, sin duda, menos sensibilidad literaria y conocimiento de la compleja personalidad de Saint-Exupéry que ella.

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La obra más popular de nuestro tiempo fue escrita en 1942 en una mansión de Long Island que Consuelo había alquilado para que desplegara el proyecto que surgió en un almuerzo con uno de sus editores, Eugene Reynal que le presionaba para publicar algo y, así, aprovechar la estela del éxito que había forjado “Piloto de guerra”. La esposa de éste, Elisabeth, le sugirió una inmersión en la literatura infantil, recordándole la lectura que la actriz Annabella le hiciera de “La sirenita[11]” de Andersen mientras estaba hospitalizado tras ser operado de vesícula. Durante el mismo almuerzo, Saint-Exupéry, dibujó sobre una servilleta un primer esbozo de su personaje[12].
 En este tiempo amargo en el plano personal, corroído por el sentimiento de culpa y la impotencia, no perdería la costumbre de buscar un nuevo amor, en este caso sería una relación corta, intensa y apasionada la que le regaló el destino, se llamaba Sylvia Hamilton, era periodista, estaba divorciada y habría de jugar un papel muy importante en el mito de "El pequeño príncipe"; de su mano llegaron a Reynal y Hitchcock el manuscrito y las acuarelas para su publicación.

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Saint-Exupéry alternaría su presencia en Long Island con el apartamento de Sylvia en Park Avenue, entre un lugar y otro terminó de escribir el libro. Las largas esperas de ella serían la marca de aquella aventura donde la joven le permitía al ídolo su impuntualidad desorientada y bohemia o los cambios de humor inesperados debido a su depresión y su descontento vital ante un tiempo al que odiaba y que con sus grandes conflictos retaba la capacidad de sufrimiento de los hombres. 
Consuelo sería siempre la rosa, hermosa, presumida, orgullosa, agresiva pero frágil y con unos deseos vehementes de ser protegida, tal como Saint-Exupéry la veía. Ella era la preferida entre todas las rosas, no era la única que podía tocar, pero era la suya, aquella que quería cuidar, de quien no quiso alejarse en el único intento serio de divorcio que le propuso.
 Sylvia sería el zorro[xiii][13]. Largas horas de espera se acumulaban en su cuaderno, tenía la sabiduría de quien sabe distinguir por naturaleza lo importante de lo vano, sentía  que se le abría la sonrisa cuando presentía su presencia a cualquier hora de la madrugada en busca de comida, de alcohol y un paseo hacia la cama. 
De alguna manera había sido domesticada por este encantador que sabía aplacar el instinto peligroso de los animales y hablar dulcemente a las flores. Antoine no sabía inglés, ni ella francés y se comunicaron a través de los gestos y la sonrisa, complementados con palabras imprecisas y fugitivas, tomadas prestadas de diferentes idiomas que no conocían y la apetencia de sexo compulsiva que se da en los comienzos inexplorados de un gran amor hacía el resto.
Marie habría de tener un papel corto pero lleno de significado, sería la estrella que alumbra los sueños de la noche cuando, a veces, es preciso que se despierte el niño que vive con nosotros para intentar alcanzar el planeta al que se han ido las flores. Ella vivía en Francia y él necesitaba saber de su sonrisa para identificarla con la de cualquier persona que se cruzara por la calle en una ciudad a la que después de varios años de relación empezaba a cogerle el pulso. 
Hasta ahora no se le ha encontrado un papel concreto a Nelly en “El pequeño príncipe”. Ella que cruzaba océanos por una sola cita, que tuvo que adornar con discreción y silencio la pasión de su vida, no parece probable que hubiera sido olvidada en el último libro que escribió. Hay una carta que demuestra que Antoine quiso finalizar su historia con ella, cansado de su incomprensión militante en su insistencia de que dejara a Consuelo.
 Pero no fue posible una ruptura que solo podría sellar la muerte. Ella lo visitó en el Norte de África y recibió, escrita el 30 de julio de 1944, la que, probablemente, fue la última carta que él escribió. Ella fue la autora de la primera biografía de Saint-Exupéry bajo el pseudónimo masculino de Pierre Chevrier, en ella no mencionaba su relación amorosa con él y despachó a Consuelo en apenas dos líneas.


[1] Podría añadirse su pasión desgraciada con Louise de Vilmorin, de quien estuvo enamorado hasta el punto de dejar por ella la aviación y llevar una vida de pequeño burgués aburrido durante un tiempo.
[2] Su boda, sorprendentemente, fue religiosa, un día después de la civil. Ninguno de los dos contrayentes parecía reunir condiciones para ser aceptados por la Iglesia. En ella era una cuestión de hábitos vitales, aunque como salvadoreña era una católica convencida que criticaba abiertamente lo que consideraba defectos en los protestantes. En Antoine era una imposición de su pensamiento, con una teoría curiosa sobre la presencia de Dios en los años finales de su vida, cuando se concilió con el Humanismo renacentista y de la Ilustración y, por lo tanto, en una buena parte, de raíz cristiana. En esta ceremonia se consolidó el rechazo de su madre y sus hermanas, escandalizadas por el atavío inapropiado de Consuelo; como señal de respeto hacia su segundo marido decidió vestir de negro, pero era muy llamativo el vestido, el mismo que llevaba la cupletista Raquel Meyer, anterior esposa de Enrique Gómez Carrillo, cuando cantaba "El Relicario".
[3] Una enfermedad cuando era niña determinó que no pudiera tener descendencia. Algo trascendental en su carácter, solo proyectó la presencia maternal  que Antoine tenía mitificada en los primeros meses de su matrimonio con un gran esfuerzo que las infidelidades de su nuevo marido, a raíz del éxito de "Vuelo nocturno", lo convirtieron en vano.
[4]Decisiva en dos obras deslumbrantes como “Vuelo nocturno” y “El pequeño príncipe”. Consuelo, que tenía un gusto literario más que aceptable, le ayudó a estructurarlas, a superar el caos de Saint-Exupéry en el proceso creativo. Uno de los factores del fracaso de "Ciudadela" pudo ser que faltó su mano en la ordenación y la corrección del manuscrito.
[5] En una de ellas Antoine esquivaba divertidamente los platos que ella le tiraba, celosa de su gancho social que ensombrecía su fulgor en las reuniones, en presencia de invitados que se asombraban con sus castillos y trucos de naipes o el relato del sufrimiento agónico de alguna de sus aventuras.
[6] Una coincidencia muy importante entre Nelly de Vogüé y Marie, su madre.
[7] Debemos admitir que estaba cargada de razones, ninguna madre hubiera querido a Consuelo como nuera. Pero Marie, volviendo a dar una muestra de su gran valía, aceptó con gran entereza y respeto la decisión de su hijo.
[8] Una desafortunada carta de su hermana Simone ha sido utilizada con frecuencia para remarcar el exclusivismo, la xenofobia y el antisemitismo de la familia Saint-Exupéry. En la carta le decía, aparte de que era una fulana, que casarse con una extranjera era casi tan grave como hacerlo con una judía. Este argumento ha sido utilizado por Paul Webster, la voz más autorizada en todo lo referente a Saint-Exupéry, para reafirmar esta opinión. Creo sinceramente que la aristócrata arruinada que era  Marie, a pesar de su monarquismo, su catolicismo ferviente y de poseer muchos rasgos del conservadurismo que le habían inculcado, era piadosa y orientó a sus hijos hacia una tolerancia inusual entre la clase a la que pertenecía. Las palabras de Simone solo las podemos interpretar  en el contexto de los años 30 donde era frecuente recurrir a ellas en todo tipo de personas cuando se intentaba herir y no existía lo único bueno que nos ha dejado la corrección política.
[9] Esto ha hecho que algunos estudiosos, no otorgando credibilidad al relato del piloto alemán que no hace mucho, cuando ya era un anciano, reconoció haberle derribado, hayan observado la posibilidad de suicidio. No parece probable, pero es cierto que Saint-Exupéry escribió, pocos días antes de ese fatídico 31 de julio de 1944, reflexiones de un pesimismo estoico sobre su propia muerte en sus "Carnets".
[10] Ahí encontraríamos el alma peregrina de la rosa, siempre penando por lo que no se puede poseer.
[11] El llanto de alguien que afronta voluntariamente un suplicio en sus ansias por liberarse.
[12] Hay otra versión que dice que Saint-Exupéry llevaba un tiempo dibujando a un niño rubio en las citas con este matrimonio y Elisabeth que sabía francés, percibiéndolo, le animó en su idioma a esa aventura literaria, alentada por la persistencia en los dibujos.
[13] Hasta hace unos pocos años se mantenía que la sabiduría del zorro representaba la de Denis de Rougemont, uno de los amantes más duraderos de Consuelo. Incluso Paul Webster lo secundaba en un artículo del año 2000 en The Guardian. No falta quien lo identifique con un fenec, un zorro del desierto. Al fin y al cabo Saint-Exupéry le confesó al periodista Luc Stang que no buscaba las metáforas, simplemente se limitaba a describir lo que veía.

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