lunes, 22 de agosto de 2016

Léon Werth el gran olvidado de la edad de oro de la narrativa francesa.

        


          Va pasando el tiempo, mañana tu hermano y María vuelven a irse un año más y nos quedamos con el olor de septiembre, con su impronta de pura y simple melancolía del colegial que piensa en las clases y se va despidiendo de la playa intentando disfrutar cada ola, haciéndose más generoso con la vida mientras aprovecha los días de poniente para volar una cometa que lleve una carta de amor a la niña que se sienta en una esquina.

        Me siento casi sin fuerzas para terminar lo que me había exigido para intentar sintetizar, cuando lo hago antes de abandonar las palabras en el papel, el lenguaje casi nunca logra reflejar los sentimientos, hay fórmulas gastadas que se repiten y repiquetean en nuestra mente como si fueran mentiras vestidas de verdad, detrás de un te quiero no suele haber nada muchas veces, pero yo te lo digo convencido porque me ha costado años comprender que es una verdad irrenunciable, te lo puedo decir en un tono estoico que no quiere decir que esté despojado de pasión, con el hálito vago que desprende una sonrisa despistada o una plegaria fugitiva; no creo en Dios pero creo en ti. 

         Cuando se tiene 57 años, cuando se posee la convicción plena de que se ha sido joven y bueno alguna vez, pero esa belleza se pierde en el recuerdo, suele ocurrir que uno se emocione cuando encuentra a un hombre bueno, íntegro y coherente, eso es lo que me ha ocurrido con Léon Werth, su fracaso me ha convencido de lo ridículo que puede llegar a ser que un poeta resultón que ha escrito tres buenos poemas sobre el mismo tema, llevado por su frustración ante una sociedad que le da la espalda, decida dejar de hablarle a los ángeles o que yo me queje de que me pusieran de espaldas al mar por haber querido describir el llanto de una ola. Estuve preocupado por la indiferencia de una gente que no puede comprenderme porque su lenguaje se quedó atrás, ya no encontraba las palabras precisas para describir la magia redentora de una sonrisa sincera y, a consecuencia de este descuido voluntario muy relacionado por su consumismo desesperado que les exige coger todos los bienes materiales que puedan aunque muchos de ellos amanezcan al día siguiente en el contenedor de la basura. Sus sentimientos no habían evolucionado para escuchar los aullidos de los poetas. Pasolini murió en la playa de Ostia una noche calma del último noviembre.
 
        Léon Werth tuvo que soportar con la moderación bendita de un humanista radical los ataques de aquellos a los que se enfrentaba dialécticamente y, a veces, también a los que protegía y, ni un solo momento, dejó de creer en el hombre, mientras no veía sus obras en los escaparates y la juventud progresista caminaba por la calle con la insumisión reaccionaria teñida de libertad encadenada y desconfianza en el hombre de Sartre bajo el brazo.


         Te quiero, y estas palabras, ahora, están dichas sin ti.

(Alexander Chandler - Conversaciones con Laura - 22-8-2016)

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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.